viernes, 29 de diciembre de 2017

UNA COCINA ECONÓMICA

La tía Cristina era la que se levantaba primero. Todos los días la misma rutina, también en las fiestas. Hurgaba en las cenizas, ya frías, de la cocina económica que removía con el gancho, hasta hacer pasar los restos mas triturados por la rejilla de la hornilla, el resto lo extraía pacientemente con la mano. Separaba cuidadosamente los trozos de carbón quemados parcialmente; llamaban la atención por sus dos tonos, desde el gris blanquecino al negro apagado, que aprovechaba en el fuego que encendía a continuación de finalizar la polvorienta limpieza. Cogía unas hojas de diario, las arrugaba hasta quitar el satinado y las situaba en el fondo del hogar para formar una pira con pequeños trozos de madera, que ella llamaba impropiamente, las astillas. Ahora venía la fase crucial de la ceremonia, acercar la cerilla a lo que iba a ser la pequeña hoguera y esperar a que la incipiente llama se extendiera. Hoy era un  día de suerte, había prendido a la primera. Esperaba que el lecho del rescoldo se hiciera  mayor hasta que era el suficiente para verter sobre él una palada de carbón puro,  para de nuevo esperar a que prendiera y se formara la primera capa de rescoldo franco que soportaría sucesivas paladas de carbón y que incluso permitiría añadir los trozos medio quemados y reservados. En un cubo, hecho de lata reutilizada y con una sencilla asa de alambre, depositaba las cenizas fruto de la limpieza que preparaba para que le acompañase en su primer paseo.




Vista de una cocina económica, estufa doméstica o cocina de hierro. 

En el frente, a la izquierda, las portillas del hogar y del cenicero; en el centro, la del horno. 
En la parte superior, a la derecha, recipiente para tener siempre agua caliente para cocinar.
En la pared, registro de la chimenea para su limpieza  sobre él, el cortatiro


Era un último piso de un edificio de cinco plantas, con los techos muy bajos, tanto que en los extremos de algunas habitaciones era imposible mantenerse erguido y era necesario doblar el espinazo para evitar golpes en la cabeza. La proximidad del techo hacía que la vivienda estuviera sometida a los caprichos del tiempo. En verano, era una parcela del infierno; durante el invierno, un almacén de frió, que se cobijaba durante la noche y convertía la vivienda en una zona gélida que solo se salvaba por aquella humilde cocina económica. 

El fuego estaba consolidado, y Cristina lo daba por bueno cuando la chapa de hierro de fundición del fogón alcanzaba una temperatura que se apreciaba en las palmas de las manos sin necesidad de tocarla; entonces se ponía su abrigo raído y se echaba escaleras abajo junto a su inseparable cubo del que se desprendía cuando pasaba el camión que recogía las basuras. 

Cristina sabía cómo comenzaba cada jornada y hasta que se levantara su sobrina Charo, mi madre, todo era calma envuelta en un halo de tirantez contenida debida al carácter ciclotímico de ella.  

Entraba dentro de lo cotidiano las instrucciones con tono de órdenes que la inestable le profería:"compra una barra de pan y mitad de cuarto de carne de vaca para filetes". Para continuar con un: "me voy corriendo que llego tarde". Siempre llegaba tarde. 

Entre las instrucciones que no verbalizaba pero mi madre suponía, entraban el ir a recogerme al colegio -yo tenía cuatro años- y preparar la comida antes que ella volviera de la oficina , ¡ah, se me olvidaba! si era domingo o fiesta, tenía que llevarme a la iglesia

Mi infancia no se entendía sin mi tía abuela Cristina, sin su compañía, sin sus atenciones básicas, sin el no saberme dar explicaciones a las primeras preguntas que se hace un pequeño. Me llevaba a jugar a una plaza cerca de casa, la Plaza de las Descalzas Reales. Todo lo hacía sin darle importancia, siempre estaba junto a mí desparramando cariño.

Con el paso del tiempo mi tía dejo de ocuparse de los pequeños cometidos de la casa que por contra eran grandes ataduras para mi madre, entre ellas yo.

Mi tía sufrió una enfermedad degenerativa que se manifestaba como parálisis progresiva que le hizo dejar de hacer todas aquellas tareas que suponían su razón de ser y de utilidad para Charo. Mi madre construyó la justificación de que todo lo que suponía la situación de mi tía afectaba a su descanso y a su trabajo hasta argumentar la necesidad de ingresar a mi tía Cristina en un residencia.

Todo ello supuso que fueran formando parte de mi vida todos los quehaceres que realizaba mi tía. En todo la pude ir sustituyendo, bueno en casi todo, porque perdí su cariño y su compañía. 



Javier Aragüés (diciembre de 2017)

martes, 26 de diciembre de 2017

¿PERDONA?

No puedo decir que mis palabras no estaban meditadas. Cada una de ellas, hasta el remate, respondían a una un intencionalidad provocada por ese, mal entendido por mi: "Recibo tantas cosas bonitas". Pero esa lectura mediatizada por un subjetivo deseo provocó el error -hasta ahora irreparable- pero que hoy, volvería a escribir: "No se si es por lo que dices o por..." 



Una bofetada en la esencia desbarataba la aproximación y esparcía la duda, tras ella, una sucesión de sugerencias, encadenadas con miedo, a una respuesta que no se hizo esperar, con aquel:


"¿Perdona?" 



Manos de Miguel Ángel


Rechazabas la cercanía, con una pregunta cargada de distancia, disfrazada de razón y de la que no cabía esperar otra cosa que venía a esculpir el sin sentido de mis tribulaciones. Habías desbaratado un cúmulo de sentimientos sin dar pie a la duda. Yo quería contrastar, y por qué no, llegar a confirmar si se habían depositado, en tu persona, como a mí me había ocurrido. La rápida contestación, con  ese: "¿Perdona ?", me torturó.


Sumergido en un mar de confusión, rodeado de terribles dilemas y pulverizado con tu único mensaje al que le pusiste  un tono en forma de reproche que invadió el lugar de los sentimientos, elevando la manifestación en mi piel del sonrojo,  que sentí en el rostro y que  con la edad no se manifiesta. 


Experimentaba el ridículo en la distancia, agravado por el manifiesto silencio y la imposibilidad de respuesta que se limitó a un excusa fugaz con el:  "Perdona tú", sin convicción, de forma defensiva, piadosa y exculpatoria. 


Me sentía ante una llamada de atención que ocultaba un agravió -así lo entendía- al que no podía responder en el instante que lo requerías; condicionado por miedo a descubrir, mas allá de mi total empatía, mi incipiente sensación de cariño ante una situación no buscada y sobrevenida por la confusión que experimentaba ante un rostro que me resultaba conocido y unos gestos que prolongaban esa admirada personalidad hasta hacerla próxima a mi piel. 



Arco de Triunfo (Barcelona)


Si la respuesta hubiera sido abierta, hubiera tenido que pensar como contestarte poco a poco, gota a gota, para mostrar mi aprobación a tus detalles, hasta llegar al todo, en esa fría mañana que ofrecía contraluces en cada rincón hasta descubrir una nueva visión de las cosas aparentemente conocidas. 


Ante todo este marasmo de interpretaciones, que vistas con la distancia que dan los días, quedan diluidas -o no- , tengo una buena noticia, he conseguido el libro que me has recomendado:



DESCUBRE LA BARCELONA MASÓNICA



Javier Aragüés (diciembre de 2017)


lunes, 18 de diciembre de 2017

EL CANDIDATO A FAMILIAR

Aunque no era primavera, me enamoraba como la mayoría de los bípedos. Para aclarar mi identidad he de decir que no era un chimpancé, aunque fuéramos de la misma familia de los homínidos. Lo que significaba, aunque me duela, que no dejaba de ser un primate mejor o peor evolucionado y desde luego, mejor que Eladio, del que me diferenciaba. No tenía más remedio que hablarles de él. Claro que para muestra de lo poco desarrollado que estaba, bastaba con verle. ¡Para mayor evidencia y confusión, amaba los cacahuetes! Eso, entre otros muchos motivos, nos había creado más de un contratiempo en las reuniones familiares, sobre todo las que tenían lugar en locales públicos. 

Recordaba aquella comida de Navidad, en el selecto restaurante FOOD FOR YOU, cuando al hermano de mi pareja, Cristina, el jefe de comedor le reprendió varias veces y por varias causas, entre otras, para que no echara las cáscaras de los manís al suelo y dejara de dar saltos por el salón agarrándose a las ostentosas lámparas de araña y, sobre todo, por lo que más le llamaba al orden, cuando se rascaba desmesuradamente, golpeándose el pecho con los puños y después de prolongados redobles, se pasaba los dedos de la mano diestra, una y otra vez sobre su cabeza  y se expulgaba como si se acabara el mundo. A veces continuaba su liturgia sobre la espalda del camarero que nos servía. Las escenas eran tan histriónicas que no solo abochornaban a Sulpicio, su compañera, y cuñada de Cristina. 

Sulpicio, como indicaba su nombre -a mí me lo parecía- era una mujer práctica, comunicativa y observadora, con facilidad para intimar, caracterizada por su honestidad y perseverancia. Había conseguido todo lo que se proponía, excepto enmendar a Eladio.
Sabía que todo esto producía hilaridad, pero laminaba la paciencia de Cristina, mi pareja, y destrozaba nuestras vidas; hasta el extremo de hacerme dudar de si debía revelar lo que pasó en la sobremesa de aquel día, en el frecuentado restaurante, después de que Eladio se excediera como nunca lo había hecho. Llegó a intentar aparearse con una de las camareras. Se originó un gran alboroto, y la mayoría de los clientes abandonaron el local escandalizados.  





El  maître  era un hombre pausado como exigía el oficio, vestido de negro elegante, rematado por una corbata de color luto y tacto, acharolado por los años y el roce, que le daba el tono sobrio y experimentado que exigía la profesión. En medio del caos, sin perder la compostura ni levantar la voz, simplemente con un  arqueo de cejas se dirigió a dos de los camareros. Ambos entendieron que debían retirar un rótulo discreto, enmarcado y amarillento, que  colgaba  junto a la guardarropía y en letras mayúsculas exclamaba: RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN. Al mismo tiempo, ordenó sustituirlo por otro, también en mayúsculas, de mayor tamaño que el anterior y que expresaba entre exclamaciones: ¡NO SE PERMITEN ANIMALES! Estampado sobre un blanco reluciente que llamaba la atención de su contenido por su pulcritud virginal. Durante toda la exhibición de Eladio, el jefe de salón no se inmutó. 

Pasó el tiempo, dejamos de vernos. Incluso pasaron meses sin saber nada de Sulpicio y Eladio. Hasta que un día en uno de los noticiarios de una cadena de "telebasura" se abría con la sorprendente noticia: 

"Una pareja mixta deleita a pequeños y mayores. Eladio el primate, acompañado de su domadora. ¿Se cuestiona la Teoría de la Evolución? "

Sulpicio no conforme con lo que había alcanzado con Eladio, pensaba dar un salto más, evidentemente no en sentido literal. Veía un resquicio para consolidar la posición de su gran amor, mientras leía en un diario vespertino:


 "Se necesitan candidatos a las próximas elecciones para un partido con gran implantación a nivel nacional"                            

Javier Aragüés (diciembre de 2017)                                          

domingo, 17 de diciembre de 2017

NOCHE ENTRE AMIGOS







NOCHE


Rompe la noche, estalla el silencio.

Incapaz de desenamorarme.
Mientras pasas,
te sigo queriendo.


En la noche especial se rememoran idilios.

los de pubertad, con los que aprendí a amar;
los de juventud, que me enseñaron a soñar
y los de madurez, con los que convivo.


Noche entre amigos, con sus recuerdos

aunque no estas, te admiro,
pero si me llamas, 
vuelvo contigo.


Si llega el final y me pides un beso, 

con la luz, o en la noche, 
cerraré mi ojos, mis labios y
te lo entregaré, sin reproches.


Javier Aragüés (diciembre 2017)

miércoles, 6 de diciembre de 2017

NOCHE. Ripio organizado

La noche estrellada

Rompe la noche, estalla el silencio.
Incapaz de desenamorarme,
te sigo queriendo.

Me sumerjo en las tinieblas
te deseo entre suspiros, 
al despertar no estás conmigo. 
  
Te distingo en las calles, por las risas;
en los arrabales, fingiendo. 
No sé si existes, pero te sigo queriendo.

Si caminas a mi lado, te abrazo.
Si me miras, te estrecho.
Cuando me reclamas, te ciño,
y si me llamas, vuelvo.

Soy feliz en negritud,
camino solo, sin norte.
Me acompaño de las sombras y
te espero junto al porche.

La obscuridad difumina las miserias, 
oculta la tristeza del mendigo,
mientras, tus ojos azabache,
siempre brillan conmigo.

Con la luz, la verdad acecha;
subleva al ciudadano concienciado,
que entre gritos y proclamas se muestra de nuestro lado.

Si llega el final y me pides un beso, 
con la luz, o en la noche, 
cerraré mi ojos, mis labios y
te lo entregaré, sin reproches.


Javier Aragüés (diciembre de 2017)



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domingo, 3 de diciembre de 2017

CUATRO ESTILOS

ESTILOS (según Ángel Zapata, La práctica del relato).


  • 1.- Estilo Formal. PARQUEDAD



  • Durante varios días me despertaba la misma idea: buscarla en cualquier callejón perdido, pero cerca de mi casa. El día en que apareció, sentí temblar la imaginación y permanecí pétreo. Allí estaba, en medio del camino estrecho y angosto que arrancaba desde mi portal. ¿Eso era amor? Me atreví a detenerme. Dirigiéndome a ella, recité mi tristeza y me correspondió. A partir de ese momento todos los días quedábamos en el mismo lugar y con las mismas pretensiones, al menos, por mi parte. Mi vida era otra.  Pero desde la tercera cita, se comportaba diferente, ya no quería seguir conmigo, ni con otro hombre. Algo se me escapaba de sus parcas explicaciones.



2.- Estilo enfático. EL ESCRITOR


Todo lo me que me rodea, según dice mi amigo, es un caos. En mi habitación hay tal hedor, que solo es comparable con el que desprende la muerte, después de días de instalarse en cualquier cuerpo. Solo me preocupa escribir. 

   


3.- Estilo retórico. CENTAUROS


Me gustaba cabalgar junto a mi amigo, los dos teníamos monturas que no pasaban desapercibidas. La mía, una yegua blanca, torda, para ser preciso. 
Esa tarde, mi amigo descabalgó y puso el pie sobre un  poyete a la orilla del lago. Le dio un arrebato y me abrazó; mientras, su caballo de color tabaco coqueteaba, enlazándose por el cuello a la torda.  
Decidimos charlar y nos tumbamos sobre la esperanza, bajo un techo azul y a orillas de la amistad. Nos incorporamos y de nuevo trotamos como centauros, yo con mi potra y mi amigo, unido a su caballo rijoso. A la par, hablábamos de la vida.

Adaptado de un fragmento de Borges, (“El tamaño de mi esperanza”):


4.-Estilo asertivo. EL ÚLTIMO


Estoy sola. En ese instante, tengo la voluntad de dejarlo. Con todo lo que significa para mí, estoy dispuesta a dar el paso fatídico. Es el momento. Salto al vacío. Son milésimas de segundo; para mí una eternidad. Alguien pasa, al ver un amasijo de carne sanguinolenta sobre la calzada, se vuelve magnánimo y me lo ofrece. Me lo pone en lo que le parecen mis labios. Es la señal, estoy desahuciada como el héroe de cualquier película. El figurante se agacha y me dice: " Esta vez va a en serio, es tu último cigarrillo”. Ahora estoy perdida. 



Javier Aragüés (diciembre de 2017)

domingo, 26 de noviembre de 2017

CONVERSACIONES DE OTRA GALAXIA



Vosotros, los que sois hermanos míos

pobres hombres cercanos y distantes


los que en la alta región de las estrellas


un consuelo soñáis a vuestros males;


vosotros, los que mudos a la noche


débilmente estrellada, alzáis unidas


vuestras delgadas manos dolorosas


y sufrís y veláis en vuestra vida
,

pobre gray vagabundo; navegantes sin estrella


y sin suerte por el mundo
,

extraños, y, no obstante, a mi alma unidos,


devolvedme, afectuosos, el saludo.





Desde la escotilla más próxima, podía contemplar la gran esfera con sus dos anillos, a millones de años luz de mis sentimientos y a escasos besos de ella. 

Yo era el comandante. Los otros dos tripulantes eran Yang Liwei, al que le gustaba que le llamasen por su nombre en chino, 杨利伟  (Yang-Li); entre nosotros, era simplemente el chino. El tercero, perdón, la tercera, era OlgaYelena Serova  Savitskaya, una ucraniana muy atractiva, de rasgos centro europeos y de fuertes convicciones feministas en su juventud.


Yelena Serova


Hacía décadas que la violencia de género había dejado de ser el principal problema en los países de la República Interestelar, y hoy, afortunadamente, era historia, aunque yo debía hacer verdaderos esfuerzos para ocultar mis reminiscencias hombrunas.

Nuestra misión era establecer contacto con la nave que nos había precedido y con la que hacía una década que se había perdido cualquier tipo de señal. Dentro de la nave continuaba la rutina.

—Yang-Li, prueba de nuevo la conexión. 

—Ya lo hago. Creo que estamos en medio de una tormenta magnética y todos los dispositivos están bloqueados!

—Olga, échale una mano al chino. Se comporta como si fuera su primer viaje.


Le hice un gesto a Olga para que se dirigiera al siguiente compartimento insonorizado y climatizado, donde se encontraban los cuadros de conexión. Era nuestro gabinete redentor de fobias, y celos, y un arenal de amor. 

Desde el Centro Espacial nos observaban en todo momento, por lo que desconecté las cámaras manualmente. Simulé  una avería que se volvía  crónica cuando acechaba la pasión entre los dos. A menudo, las inevitables guardias en la nave, las dedicábamos al amor. Nuestros cuerpos se transformaban. Aparecía un fuego interior, que  transmitía candor, hasta que yo, incontroladamente rijoso, la reclamaba, mientras ella suspiraba y me atendía, hasta que los suspiros pasaban a exclamaciones y nos dejábamos ir. Perdida la razón, nuestros cuerpos se desleían entre sudor y placer, más allá del amor, en la más ancha quietud del universo.




  





Los preámbulos eran determinantes para alcanzar el zenit apasionado. En cada encuentro le quitaba el traje con dificultad, lentamente hasta  alcanzar el momento más excitante. Olga, desnuda, con los brazos pegados al torso, el pecho firme y las rodillas ligeramente flexionadas, expandía la provocación. En medio de una absoluta complicidad, emergía el placer, que reteníamos y no dejábamos escapar hasta que ella me daba un leve pellizco en la espalda, que provocaba dolor y excitación, pero ganaba el deseo, para concluir sucumbiendo. 

El chino fingía desconocer la relación. Era su juego. Después de tantos meses intuía los gestos y, desde su falso desconocimiento, nos incomodaba.

—Olga, no te levantes, puedo ir yo- dijo el chino.

Yang-Li, prefiero que vaya Olga a revisar las conexiones. Quiero ocuparme personalmente, para ver si son interferencias o es un problema en nuestros equipos. Quédate al mando, estaremos en la sala de conexiones hasta descartar que sea un problema técnico- le dije con tono de comandante.

—Comandante, estaré atento por si me necesitas- contestó el chino.

Yo, ya no creía en la afabilidad del chino y sí en la perfecta representación de un personaje que saboreaba vivir en la intimidad de los otros, disfrazándose de siervo atolondrado.

Durante los primeros meses de la travesía se sucedieron situaciones parecidas. Hasta que un día, al salir de nuestro refugio, repetidas la excusas y argumentos habituales, Yang-Li no estaba.  Registramos todos los rincones de la nave, había desaparecido, dejando un rastro: estaba abierta una compuerta. La que daba acceso a la nave auxiliar para abandonar el transporte, en caso de emergencia. Había huido con escasas posibilidades de sobrevivir, al menos al amor. Encontramos una nota junto al ordenador de navegación.

"Olga sabes, que finjo. Pretendía extorsionarte  ante el comandante a cambio de mi silencio. 
Confiaba que si no con mi cuerpo, al menos con la mirada podría suplantarte. Pero él sigue enamorado de ti, ignora mi presencia y te continuará llevando a esa maldita sala. El amor no es un arma para intimidar. A mí no me ha servido. No puedo seguir a vuestro lado. Ahora os dejo en manos del silencio y a los pies del infinito"



Javier Aragüés (noviembre de 2017)



















jueves, 23 de noviembre de 2017

EL ARCO CATENARIO EN EL GÓTICO DE GAUDÍ, DONDE LA BELLEZA Y LA RAZÓN TIENEN MORADA.

Íbamos a vivir un miércoles falsamente otoñal, debido a la insensibilidad de los hombres, seguía sin llover. 




Fachada principal del Colegio de las Teresianas de Ganduxer


Descendía por la Ronda General Mitre  -acera norte -con pasos acelerados, buscando la esquina - lado montaña-  de  la calle Ganduxer. 



Allí, un reducido grupo de ciudadanos, denso en sentimientos, esperaba a que llegara una hermana, del reconocido y reconocible, Colegio de las Teresianas del barrio de Sant Gervasi de Cassoles.  




La hermana Montserrat y Josep Mª Ciré


Nos lo iba a mostrar con esmerado detalle. Era un encargo, sin contrapartidas, únicamente pedía atención. Solo las personas de espíritu refinado y capaz de amar, y amar lo que explican, podían lograrlo. Bastaba verla, para ponerte en sus manos. Cara redondeada y rostro bonancible. Buena comunicadora y un tono de voz tan empático, como su aptitud.





Entre nosotros estaba 
Sonia, cómplice.
Neurotransmisora necesaria y dispuesta a sintonizarnos con esa Barcelona tan próxima y, como ella la anunciaba, tan secreta. 

Todo surgía por un encargo de nuestro compañero Josep Mª López Ciré desde la comisión de actividades y con la recomendación del Presidente, Lluis Arboix. Mejor Lluis -así le conocíamos y él se reconocía- que le hacía sentirse admirado y querido. 


Ya estábamos preparados para descubrir otra joya del maestro Antoni Gaudí, que nos regalaba sin pedir nada a cambio. Solo nos obligaba a conocerla, y admirarla. Un mandato, humilde desde el presente, en lo estructural, para compartir y mantener en su conjunto fácil de seguir por el espectacular resultado estético conseguido. Gaudí emitía un dictamen implícito, extensible a su obra, pidiendo respeto y difusión.

Dábamos los primeros pasos hacia el interior del castillo, fortaleza, centro educativo o  convento, no importaba el orden, los dábamos atravesando una puerta que solo abría hacia el interior ya veríamos por qué.

La grandeza, no se hacía esperar. El primer arco que se ofrecía, no era parabólico, a pesar de la apariencia, era un arco catenario. 


Cancelado por la reja de forja de tres hojas, que abría hacia el interior y que en apariencia nos detenía a la vez que una mano invisible nos invitaba a pasar. 
Ya estábamos dentro y atrapados. El ambiente interior, caracterizado por el cuidado y esmero que mostraban las hermanas con la sencillez y la sobriedad, sobrecogía; si no, Gaudí no habría estado presente.

En su trabajo con los arcos  catenarios, Gaudí utilizaba frecuentemente algunos recursos como la simetrización y sobre todo la traslación de los arcos para conseguir efectos especiales. La traslación consistía en una repetición de arcos idénticos con la que se conseguía un efecto de cenefa que nos dirigía hacia un determinado lugar. Lo podíamos ver en los largos pasillos del colegio cubiertos por arcos catenarios, por los largos pasillos donde circulaban estos arcos, permitían un interior de persianas y vidrieras y daban con la solución para la estabilidad del conjunto. 


Arcos Catenarios del interior


A pesar de que el objetivo de la visita era conocer y detallar el conjunto del edificio, no recaía mejor este menester que en la voz de la hermana Montserrat, que continuaba con una generosa y pulcra explicación, mientras, un yo respetuoso, sobrepasado y  conmovido, se detenía bajo uno de los arcos. 

No podía  negar mi agnósia, como una de las señas de identidad. Utilizaba mal esta palabra, para designar las situaciones que tambaleaban mi verdadero sentido agnóstico de la vida, por no decir que lo hundían. 

Quizás, era el lugar, esa síntesis de las tres vidas, la de San Enrique de Ossó, la de Antonio Gaudí y la de Teresa de Jesús, la causa de mi crisis de identidad. Las tres estaban presentes, en forma de esfuerzo, de arte y de ánimo de ese espíritu que infundaba la Santa, todas y cada una,respectivamente.

Para muchos, Teresa era reconocida como la primera Doctora de la Iglesia. Para otros, entre los que me encontraba, era un reto. ¿Cómo  entender el amor místico, entre Santa Teresa y San Juan de la Cruz? De hecho no dejaba de ser excepcional el admitir su existencia. Era dar un primer paso para entenderlo.

Pero lo más característico, era el título con el que se dirigían a ella las hermanas y así lo corroboraba sor Montserrat: 

"Para nosotras es la Santa". Lo decía en un tono coloquial, que prevalecía al del respeto,  sin perder este último y ratificaba el éxito de Teresa en su catequesis.  




Parte del grupo en la despedida



La visita estaba a punto de concluir. Caminaba con el grupo. Algo se me olvidaba. ¡Ah si! El por qué la puerta de la fachada principal abría hacia dentro. Era la coartada, si es que se podía poner esta palabra en los labios de Santa Teresa, para alcanzar el desarrollo espiritual que coincidía con su visión del alma. Ese progreso era como la de un diamante en forma de castillo, dividido en siete mansiones. Sor Montserrat la había incorporado de manera sintética y nos la trasladaba:

" La belleza está en el interior del castillo. Por eso todos los seres somos bellos, basta buscar y encontrarla ".

Con esa idea, Gaudí construyó la fortaleza. 

sábado, 18 de noviembre de 2017

UN GLOBO HUMANIZADO

¡No puedo más! Llevo más de cinco minutos debajo del grifo. Estoy a punto de reventar. Me siento a la vez, fofo e hinchado. Jaime es el responsable de mi estado. Este chaval, es un niño mal educado. Sus padres no piensan en los demás, son incívicos, pero eso sí, presumen de ser apolíticos. Son un par de iletrados. Se sienten capaces de educar hijos, y son una fábrica de tarambanas.

No dejo de pensar en lo que he sido hasta ahora. Un ser inerte, ligero y casi ingrávido. Estaba sometido al capricho del viento y no por eso era un pusilánime.

Cuando tenía que expresar como me sentía, como me definía, siempre manifestaba:

"Soy libre como la aguja de la brújula, que pudiendo indicar cualquier dirección, siempre señala el norte y lo hace con convicción".

Quizás simplificaba en exceso, si consideraba lo que para Leibnitz era la libertad. Él intentaba conciliar el concepto de voluntad libre, con el de un cierto determinismo. Por lo que mi definición simple, coloquial, recurriendo a un símil del instrumento que servía para orientarse, se veía reforzada. Atisbaba que la libertad no era solo una categoría, era un derecho.

La realidad indicaba que todas estas consideraciones surgía
n debido a que estaba solo, demasiado solo y esa era la explicación de porqué hoy estaba entre las manos de un mequetrefe.


Casi olvidaba que no podía moverme con tal cantidad de agua dentro de mí. Sentía las manos de Jaime manoseándome y hundiendo los dedos sobre mí. Adoptaba cualquier forma caprichosa provocada por los movimientos de la masa de fluido que Jaime me había obligado a ingerir. Y todo esto ¿por qué?









Hay veces que los compañeros no se eligen y aquí entro yo. A Jaime solo le sirvo para hacer gamberradas. Y aunque no puedo rebelarme, eso no impide que sea crítico.

¡Buenooo! Ahora toca correr. Subimos las escaleras, de dos en dos, de tres en tres. Abre la puerta, llegamos a la terraza. Tengo la sensación de que Jaime me va a empujar al vacío. No puedo evitar asomarme desde la balaustrada. Me sujeta entre sus manos y me aprieta, estoy a punto de reventar. Antes de tirarme tengo tiempo para reflexionar.

Ante mí, la gran ciudad. Identifico su perfil-esky 
line  para los  para anglosajones y esnobs- donde la vista busca descansar. La contaminación crea esa neblina tóxica, opaca, densa, amarilla, negruzca, grasienta, pegajosa y a la que todos -casi todos- llamamos esmog. 


Barcelona

Sobre las aceras, apenas distingo puntos gruesos coloreados, se mueven en todas las direcciones.
Todos corren. En aquella esquina, dos discuten, aunque no les oigo. ¡Si, si! aquel es Óscar, el que está en el paro. Con el tiempo se ha atrevido a mendigar y se le ha olvidado querer. Tampoco le quieren. Hoy también, el punto rubio, se detiene. Los demás puntos pasan de largo, apenas le ven. Como cada día, ahí está, ese punto, el blondo, el que se disfraza de amarillo dorado los días que se siente optimista. Al llegar a Oscar, se inclina, le deja una moneda y le susurra algo, desde aquí no la entiendo. Óscar la conoce, sabe su nombre, Alicia. Se comunican sin necesidad de hablar. Hoy Alicia, coge de la mano a Oscar. Se dirigen a un gran parque, al otro lado de la avenida, limpio de esmog.

El oxigeno, las plantas y otras parejas de puntos enamorados, invitan a pasear. Óscar y Alicia se pierden entre los arbustos.

Pasa el tiempo. Jaime me estruja aún más. La situación, para mí, se hace insostenible. Me acerca a la barandilla, saca sus brazos, sigo entre sus manos, me va a soltar. Espera a que haya una mayor concentración de puntos sobre la acera. Abre sus manos. Al caer, noto como penetro en el aire a gran velocidad. Jaime se asoma para ver mi caída. Calcula mal y lo hace en exceso, la barandilla cede y se precipita. Debido a su peso, me alcanza y me sobrepasa.

Alicia y Óscar corren hacia el grupo de gente que se ha concentrado en un de las aceras de la avenida.

Alicia pregunta a una de las personas.
“¿Qué ha ocurrido”

Varios individuos, agitados, contestan.

“¡Una desagracia, una fatalidad! Un muchacho ha caído desde la terraza y todo parece que ha ocurrido por jugar con un globo”.



  (Javier Aragüés, noviembre de 2017)