miércoles, 3 de mayo de 2017

LA CARTA


Desde el verano no olvidaba la discusión con Silvia, con su atisbo de displicencia, frío y los ojos inyectados de odio. Las manos iban y venían, al ritmo de los reproches y al son de los insultos; siempre  en presencia de observadores muy interesados en conocer los detalles del desamor y del bochornoso espectáculo. Después de años de apretada relación, no olvidaba aquella tarde en el café donde nos citábamos, en el que nos habíamos manoseado hasta el escándalo, besado sin cesar hasta llagar sus labios y adornado los oídos con palabras que solo dos enamorados se pueden permitir en soledad. 





Egon Schiele

Lo más destacado de ella era su cuerpo esbelto, marcado en las formas representativas de una mujer. No podían ignorarse sus pechos receptivos y el vientre excitante . Yo no olvidaba en su desnudez, lo cálido del pubis al juguetear con su definido vello, al ritmo de mis susurros dispuesto a ofrecerse impregnado en amor. Bastaba el juego de miradas o de palabras excitantes puestas en sus labios, en los dos, para reforzar los deseos y dar un paso más en el consentimiento hasta alcanzar el ansiado desenlace.Esa tarde todo estaba a punto de acabar siempre que yo estuviera dispuesto abandonar esa comodidad de tener amor y sexo sin esfuerzo. Sí, aquella tarde iba a prescindir de la comodidad de tener a alguien con quien no hacía falta esforzarse para quedar, consentir conversaciones intrascendentes y hacer el amor sin empeño. Quería sustituir todo, por un verdadero amor al que sería costoso convencer y enamorar. Ese amor era Carla, al estar junto a ella, estaría presente el miedo a pronunciar un desatino, a realizar un gesto que hiciera desandar lo tan costosamente elaborado, pero todo a cambio de sentirme vivo, convencido de que lo alcanzado era tangible, horizontal sin ninguna concesión. Silvia no sabía vivir de otra manera. Ella me conocía tan bien como yo. Era una persona de reiteraciones en los hábitos y los repetía de manera enfermiza. No sé adónde me agarré para anunciar el irremediable desencuentro y la despedida final. Ella, aparentemente, no se descompuso y me confesó, sinceridad por sinceridad, que tenía que anunciarme que mi pretensión sería inalcanzable, pues había escrito una carta pormenorizando nuestra relación y lo acomodaticio en que había conseguido transformarla. Conociéndome, antes de llegar yo, la había entregado al camarero para que se la diera a Carla, con la seguridad, de que   me había citado allí, por lo predecible de mis costumbres.
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Javier Aragüés (mayo de 2016)

jueves, 27 de abril de 2017

AMARGA Y ACARAMELADA


La caída de la Casa Usher

Edgar Allan Poe

Son coeur est un luth suspendu;
Sitôt qu’ on le touche, il résonne.

-De Béranger

Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semiagradables, por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible. 





Hopper


Miré el escenario que tenía delante -la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados- con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime. ¿Qué era -me detuve a pensar-, qué era lo que así me desalentaba en la contemplación de la Casa Usher? Misterio insoluble; y yo no podía luchar con los sombríos pensamientos que se congregaban a mi alrededor mientras reflexionaba. Me vi obligado a incurrir en la insatisfactoria conclusión de que mientras hay, fuera de toda duda, combinaciones de simplismos objetos naturales que tienen el poder de afectarnos así, el análisis de este poder se encuentra aún entre las consideraciones que están más allá de nuestro alcance. Era posible, reflexioné, que una simple disposición diferente de los elementos de la escena, de los detalles del cuadro, fuera suficiente para modificar o quizá anular su poder de impresión dolorosa; y, procediendo de acuerdo con esta idea, empujé mi caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y fantástico que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; pero con un estremecimiento aún más sobrecogedor que antes contemplé la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales troncos, y las vacías ventanas como ojos.
En esa mansión de melancolía, sin embargo, proyectaba pasar algunas semanas.





Al monumento siniestro que dominaba el paisaje, algo sórdido se le había añadido  que me hacía albergar cierta esperanza respecto a lo que sería mi estancia. En el ambiente un potente olor a caramelo dominaba el tétrico decorado. Parecía nacer del interior de la casa. Al traspasar el umbral encontré un pequeño salón acogedor con un aire de desorden organizado. Libros abiertos con páginas subrayadas; otros en estanterías, dispuestos a ser arrebatados por unas manos anónimas, entrañables, ávidas de ocio y conocimiento. Buscaba con ahínco por los rincones de la sala. Los efluvios salían de un tibor que se encontraba sobre una singular mesa victoriana. Las paredes del ánfora revestidas de policromados de flora y fauna reforzaban sus curvas e invitaban a la relajación de la vista que acompañaba a la de la mente. Me venció la curiosidad y destapé la vasija. Efectivamente el olor residía allí.






John Palmer


Las responsables eran un cúmulo de manzanas rojas, geométricamente perfectas que brillaban reforzadas por la fina capa de caramelo que alguien había depositado con esmero, en riguroso contacto, el suficiente para no dejar pasar la luz y permitir la circulación del aire que dominaba el ambiente de todas las estancias. Sujetaba con mi mano derecha la tapa del recipiente que se apoyaba sobre la   mesa, cuando una voz aguda y agradable, oculta tras los cortinones que forraban una de sus paredes, me invitó: "coja".
La sorpresa provocó una  falta instantánea de coordinación que me hizo dudar entre soltar la tapa o tomar una manzana. Predominó a cordura y mordí la fruta, pasando la lengua por la almibarada superficie, ante la atenta mirada del inesperado inquilino. 

-¿Es usted el dueño de la casa? -pregunté

-Soy el marido de la dueña -respondió con tono  agudo, sonriendo con sorna,

- ¿Y el olor? 

-Soy el responsable. De hecho me ocupo de todas las labores de la casa. Me encantan las manzanas y las cocino de mil maneras, sobre todo me cautiva su aroma -respondió complacido.

-¿Y su mujer? -pregunté








-Jackie, es diseñadora de interiores -se detuvo esperando a que yo me interesara. Ante mi silencio, prosiguió: En realidad yo me ocupo de los visitantes y ella es la que tiene la gran responsabilidad de mantener en cierto desorden el entorno. Cuando se acercan forasteros, cuida el aspecto de la vegetación para que los juncos adopten la apariencia de ralos, poda los contados mojones de los árboles resecos hasta diagnosticar una severa depresión en el paisaje. La propia mansión se convierte, en apariencia, en el monumento a "la bilis negra" con sus ventanas en negritud, como las cuencas de los ojos de un leproso, que aloja la melancolía -contestó sin interrupciones. 

Jack me explicaba que nada estaba sometido al azar. Incluso regaba en abundancia durante la noche para reflejar un ambiente húmedo en el entorno de la casa. Jackie era capaz de todo. A los visitantes se les recibía con cordialidad siempre que admitieran las normas de convivencia y lo que más costaba entender, que al menos una noche, debían hacer el amor con ella.

Javier Aragüés (abril 2017)

miércoles, 26 de abril de 2017

FRAGANTE OPORTUNIDAD

Escucho el estertor del ascensor hasta convertirse en un chirrido grave, monocorde, amortiguado; se detiene, final feliz. Es Silvio, siempre llama a la puerta con dos tonos, después silencio. Puede estar ahí, detrás, horas esperando sin perder el tiempo, ni la sencillez. Nos conocemos hace años -matizo- nos frecuentamos; él, al menos viene dos veces por semana, yo le acompañó ausente. No olvido que es mi última oportunidad para compartir la vida con alguien que se deje querer y dé muestras de cariño, pero me cuesta convencerme. 





Hopper




Me ayudan las tardes que decido vivir con la pequeña hoguera en la que al quemarse cualquier gomorresina, me transporta al edén de los deseos sumergida en excitantes pensamientos. Silvio me reclama desde de su quehacer sosegado e insistente. No le basta mi presencia. Tumbada junto a él, con los muslos apretados, espera cualquier descuido para situarse entre mis piernas. Tras unos momentos de elaborado placer, me relajo mientras enciende el cigarrillo de la tregua que se confunde con el humo del incienso y vuelta al principio. De esto me quejo, soy feliz mientras nos rozamos, después queda el olor de él y el de la resina, suficiente para sentirme madura, independiente, en suma, mujer. Ventilo la habitación pero el vaho no se va, quiere seguir junto a mi, me rodea sin invadirme. Necesito esta fragancia al menos para hacer el amor pero sobre todo para seguir recelando sobre mi última oportunidad. 

Javier Aragüés (abril 2017)

miércoles, 19 de abril de 2017

RUIDITOS Y JUEGO DE PALABRAS





RUIDITOS



Dí dos vueltas a la llave, abrí con facilidad. El salón completamente negro. No acertaba a encender la luz, sí a tropezar. No era la primera vez. Cayeron primero las llaves y después yo. Había trastabillado con Ruiditos, mi gato. Era su nombre en la intimidad, no había otro lugar.Vivía con él y con mi estado: era viudo. Sonó un ¡zapatún! amplificado por la desolación del piso, hueco de mobiliario y de ilusiones al que se sumó el desplazamiento de una silla involucrada en el percance. El golpe que recibió Ruiditos debió ser considerable. Había desaparecido, ni rastro y pensé lo peor. Llamaron a la puerta. Era la hora. Mi amigo Melquiades, para el que era un ser fantástico, o al menos eso pensaba él de todos los que eran o habíamos sido maestros, venía a echar la partida de ajedrez, como cada tarde. Le conté lo sucedido. Como era un buen amigo se puso en mi lugar y me dijo: "voy a hacer todo lo que esté en mis manos, pero ahora no dispongo de ningún ejemplar para disecar, no te aseguro que quede como lo que conseguí con Ruiditos"


Javier Aragüés (abril 2017)









JUEGOS DE PALABRAS







Don Marcelino se zapatedió un buen golge. Con gran es fuerzo se levantó pero no pudo evitar que su gato, Ruiditos, hiciera también un zapatún saliendo tan mal zapatedado como su dueño. Llegó su amigo Melquiades, le ayudó a deszapatedarse, aunque poco pudo hacer por Ruiditos.

Javier Aragüés (abril 2017)

domingo, 16 de abril de 2017

UNA SUGERENCIA CON CONDICIONES

Al pasar ante el portal el aroma del cuerpo de Ana quedaba suspendido el tiempo suficiente para acompañarme de nuevo y pasearme por ese fin de semana que pasamos en Roquetas, al principio del boom turístico. Ella estrenaba bikini, yo unas gafas de sol de piloto que bastaban para ser observado y atraer, con el riesgo de contraer la tontería. Tendida en la arena, yo junto a ella, solo podíamos rozarnos, para no ser apercibidos por un fuego cruzado de miradas de otros bañistas o de los caminantes del paseo. Sentí su piel al apoyar una pierna sobre la mía. Ambos notábamos el calor de nuestros cuerpos y de nuestros comentarios. Iban creciendo las insinuaciones hasta que ella sorteó el nivel inmediato y me dirigió la frase inolvidable, "pienso que para hacer bien el amor hay que venir al sur". 




Sin abandonar el peldaño alcanzado bruscamente, contesté con una sonrisa y otra frase: "para eso hemos venido, ¿no?". El tono ambiguo me permitía, a la vez, ser escapista o reafirmar mi inicio del camino al enamoramiento, pero resultó poco convincente. Tenía que interpretarlo con rapidez ante la inminencia de su respuesta. No contestó. Se levantó dobló la toalla. Fue capaz de mantener una expresión que no concluía ni enfado o propuesta y marchó sin mediar palabra.

Terminó el fin de semana y volvimos a Madrid, a la rutina. Ana era bibliotecaria, yo me ocupaba de la sección de cine en uno de los diarios de mayor tirada. No nos veíamos apenas. Tenía la duda de si ella, habría dado una zancada o se habría replegado.

Al cabo de un mes, apareció Richard, un periodista irlandés  que contrató el periódico. Los presenté, sin saber que era el primer paso hacia la ausencia de expectativas. A partir de ese momento salían habitualmente.

Ya no había fines de semana a la carta. Nos dejamos de ver. Para ser precisos me dejaron   ellos. Quedamos una tarde en el Café Comercial. Entraron de la mano y con gestos de complicidad. Ana hizo gala de dominar el inglés, a la menor oportunidad, incluso se hacía pasar por británica delante del camarero:

- ¿Qué van a tomar? - dijo el camarero.
- Excuse me -dijo Ana, entre despiste e incomprensión.
- Por favor, yo lo de siempre y ¿tú Sergio? -Richard ayudaba y deshacía la interpretación de Ana.

Ella había disfrutado durante unos instantes de su aparente doble nacionalidad. Me incorporé a la mesa. Ana dominaba a los dos y repartía los papeles del improvisado sainete. Propuso organizar un viaje a las playas de Almería, para el próximo puente, con la condición de ir dispuestos a todo.

Sentí que no olvidaba los días que habíamos pasado, antes de conocer a Richard y que culminaron en un final abierto. Habría reflexionado y querría darse, darme, otra oportunidad. Accedí con entusiasmo. Al llegar al hotel pidió una habitación y con mirada sugerente nos invitó a subir. Abrió la puerta y dijo. "podéis desnudaros". Richard y yo nos miramos. Él con muestras de agradecimiento, y yo profundamente confundido.






- Sabéis lo que pienso de lo adecuado de esta zona para consumar las relaciones -avanzó Ana.
- ¿Delante de ti? -preguntó Richard.
- ¿Los dos contigo? -dije.
-  No, vosotros dos y yo de testigo -contestó Ana.

Jugaba con ventaja, conocía la sexualidad de Richard y mi deseo de practicar el sexo con ella. Había urdido un plan para vengarse de mi falta de iniciativa utilizando a nuestro común amigo.

-¿Cómo pretendes que sigamos el juego? -comenté.
- No es un juego, es una propuesta -intervino ella.
- ¿Por qué pretendes que me arriesgue? ¿Tú, a qué estas dispuesta? -interrumpí.
- A lo que quieras. Para comprobarlo debes aceptar. Ya sabes " que quien quiera peces que se moje el culo " -respondió sin dudarlo con un tono entre irónico y despechado. 

Cuando volvía a pasar ante el portal de Ana confundía el aroma de su cuerpo del primer fin de semana con los olores que invadieron la habitación, mezcla de los deseos de los tres. Por fin la ambigüedad se había disipado.



Javier Aragüés (abril de  2017)

viernes, 14 de abril de 2017

EL ÚLTIMO CONSEJO

Al regresar los templarios, siempre les esperaba en la gruta junto al fuego entre el calor y las marmitas. Bruna -así se llamaba la mujer- estaba allí, vigilante, atareada y disfrazada de tiempo infinito, el que no transcurre,  ni vuelve. Tenía la cara ajada como las huellas que dejan los caballos sobre la arcilla y el rostro triturado por el calor del lar y la fría soledad. La faz estaba deformada por la hoguera y las esperas. Ese quehacer se había incrustado y no salía de su cara. Cada mañana,  se dirigía a los márgenes del río para reponer los odres del necesario fluido frío y transparente, listos para calmar la sed al regreso de los cruzados.







Sir Robert - al que se le conocía como "el inglés"- pensaba en Bruna y se apiadaba de su rostro, el resto de su figura y la mente encajaban con lo que para él debía ser toda una mujer. 
Al bajar de su montura la miraba buscando la calma que le proporcionaba para tomar fuerzas hasta la siguiente batida. Nunca cayó prisionera y manejaba la espada con la misma destreza que las escudillas para cocinar.
Si acechaban los detractores del obispo de la  diócesis del Burgo, para ella los verdaderos herejes, luchaba sin  desfallecer  hasta obligarles a huir o malherirles si era 
necesario.

Todos la ignoraban excepto Sir Robert Crown, un sajón que se había unido a la partida en el sitio de Jerusalén y les acompañaba desde entonces. Huían del infiel, con tal rapidez, que abandonaban sus propias sombras. Una larga travesía por tierras del continente, que les llevó hasta las puertas del Burgo de Osma, en plena meseta castellana.
En el entorno y en la ribera del río Lobos, responsable de la formación del cañón por un doble fenómeno de erosión (*),
instalaron su escondite.
(*) Sometido a la erosión mecánica del propio río y la de disolución de la roca calcárea










Levantaron una ermita cisterciense conocida como la de San
Bartolomé. Confundida con las paredes del angosto cañón, la luz la cubría de un amarillo piedra y la teñía de grises en ausencia de sol y con cielos cubiertos. Las lágrimas negras de las paredes se derramaban en la pendiente más acusada del barranco.
Los templarios tenían unos aliados incondicionales, los buitres que vigilaban el barranco. A los nobles, falsos creyentes, al caer de su corcel los convertían en túnicas desprovistas de carne con manchas rojas pestilentes perforadas por el pico de las aves carroñeras.
Aquel día el inglés  -como le conocían todos- no formó parte de la partida, permaneció en la gruta junto a Bruna curándose de unas malas heridas que le propició un falso cristiano y opositor del obispo de la diócesis del Burgo, su eminencia don Pedro de Bourges, defensor de los derechos del pueblo frente a los nobles.
Bruna, en el más nítido acto de dulzura deslizaba la mirada y las manos sobre sus úlceras, tratando de inculcarle sosiego. 





Phillipe de Champaigne



El caballero llevaba varios días quejándose. Las heridas habían pasado de profundos surcos a masas purulentas que irradiaban un hedor que se había instalado en el ambiente de la gruta, sustituyendo al aire. A la  entrada se agolpaban los buitres que se posaban agitando las alas extendidas en toda su magnitud y aseguraban, con su revoloteo, el posar tan seguro como ruidoso.







Con los dedos entrelazados y las manos sudorosas rezaba por la salud del "inglés" como único deseo de esa fervorosa oración. Lo rezos no impedían que el caballero delirase, con un gran esfuerzo cogió la mano de Bruna que le miraba. Él, le pidió que se acercara y con los labios junto a los suyos, susurró -Te he querido en silencio sin ser reconocido. Me has tratado con privilegio frente al resto, nunca te he expresado mis deseos y ahora tengo que partir. Sin apenasfuerzas, a modo de consejo, le dijo -Ya sabes lo que dicen en por estas tierras: "Quien quiera coger peces que se moje el culo". Yo no he sido capaz y te he perdido.

Los buitres le asieron con sus poderosas garras y le 

arrastraron hacia la eternidad.

º

Javier Aragüés (marzo de 2017)



miércoles, 5 de abril de 2017

ENFOQUE DE JAVIER AYARZA




Visceralmente, estamos acostumbrados al ver una exposición fotográfica a buscar temas de actualidad, informativa, sociales, deportivos,..., y, como, no los erótico sexuales. Si buscamos esto debía recomendar no visualizar la producción de Javier Ayarza. (http://javierayarza.com/home.html)






)



Para Alberto Martín, al hacer una sinopsis desde su opinión y conocimientos, resume:



 "...Javier Ayarza entiende la fotografía como una indagación constante sobre el propio medio fotográfico y sobre aquello que le es más consustancial, la posibilidad de construcción de una mirada sobre el mundo. La fotografía, por su capacidad de registro de lo real, está inevitablemente caracterizada por su doble naturaleza como reflejo e imagen. Un sujeto que mira y un mundo que es observado, reflejado y fijado. Esta dicotomía, sencilla en su enunciado, esconde detrás un largo proceso de reflexión y construcción que se configura como la columna vertebral de la evolución de la práctica fotográfica."




 Luis Francisco Pérez

Para Javier, la fotografía se entiende, según la investigación
llevada a cabo en los últimos años, como herramienta esencial  para la construcción (fijación) de un muy concreto territorio afectivo, sentimental y cultural, donde el paisaje era el catalizador y realidad y ficción intercambian su verdad y su mentira. 









Fotografía de Javier Ayarza






Howard Ursuliak escribe y reflexiona sobre el grado de dificultad.


Hacer una foto... puede ser algo sencillo si se considera lo excesivamente determinadas que están las tecnologías de producción de imágenes y la sensación de facilidad con la que es posible situarse delante, o verse reflejado e introducido en el mundo como imagen construida. No obstante, es probable que en ningún otro momento de la lucha que los humanos han llevado a cabo para mostrar la realidad haya existido una tecnología tan disponible y a disposición de tantas personas. ¿Ofrecen además esa disponibilidad y ese uso libertad para elegir cómo se imagina uno su presencia en el mundo, un mundo que pueda sentirse todavía como algo sólido debajo de los pies?  










Al establecer y enmarcar sus composiciones a través del objetivo, Javier Ayarza se apoya en una captura centralizada, frontal, que es una característica definitoria de muchos tipos de instrumentalidad. No obstante, en cada una de estas visiones, ha prestado atención y cuidado, como respuesta a lo que le ha llevado a mirar. Esta acción permite a la imagen aparecer en (esta) relación como una especie de espaciamiento, una localización, un acercamiento a lo local. 


Fotografia de Javier Ayarza



Todas las opiniones nos aproximan a la obra de Javier Ayarza, pero es él con la inquietud desde su mundo el que capta y define las imágenes.












Javier Aragüés (abril 2017)









martes, 28 de marzo de 2017

ESCALINATA





LA ESCALINATA (Microrrelato)



Florence comenzó a subir la empinada escalinata en un barrio triste, salpicada de farolas negras y erectas, rematadas por tenues puntos azulados incandescentes. Su sombra vibraba. La joven tenía como barandilla un deseo. Mantenía el equilibrio con dificultad. Los recovecos de sus pensamientos hacían que ascendiera lentamente, acompañada de la fatiga. Cuando creía ver el final se presentó la sensación de alcanzar con las manos el placer que se difuminó. Didier ya no estaba, la edad le había sacado la vida.



Javier Aragüés (marzo de 2017)

miércoles, 1 de marzo de 2017

ATRAPADO



EL ENCUENTRO


En febrero, en un París de grises y negros, llevaba dos semanas lloviendo sin cesar. Nos citamos en un café de la rue de Saint Denis  -Le Petit Chatelet-, muy próximo a la rue Rivoli. Los cristales empañados por la humedad y el calor humano impedían ver a los clientes. En el interior, solo se distinguían las siluetas de los que tenían intención de acceder. Por la calle, la gente corría. Las personas aceleraban el paso para sortear la lluvia.
¡Me senté a la entrada, junto a la puerta, a sabiendas de lo intempestivo del lugar elegido, con la intención de que al llegar mi amigo me localizara con facilidad. Mi única compañía, un velador, tres sillas de guarnición, una jarra con agua y un cenicero deformado y sucio con varias colillas, testigos malolientes de ansiedades y deseos.
Me había puesto en contacto con Guy anunciando mi viaje a Paris, sin explicar los motivos. En ese encuentro tenía depositada toda mi esperanza para lograr cierta estabilidad económica. Habían pasado algo más de diez minutos. Guy no aparecía.











Desde la puerta, tenía una visión panorámica del local. Un joven parecía escribir distraído con la mirada abandonada, buscando algo que asegurase su inspiración. Dos amigas tomaban un café después de una mañana de compras a la vista de los envoltorios de unos conocidos almacenes parisinos. Un ciego, con los codos sobre la mesa, en ademán de leer y vocación de inspirar lástima, palpaba un libro con impotencia ostensible para asomarse a la novela, a la espera de un lazarillo desinteresado que le adivinara el relato. De pie, un joven fornido, con aspecto de ejercer la protección no deseada en uno de los portales de Saint Denis. En la barra, el dueño pegado a un importante mostacho gobernaba el ocio del local. Otros clientes se distribuían en según sus voces y colores.
Se abrió la puerta, apareció Guy sacudiéndose la lluvia acompañado de una joven. Se acercaron. Yo, falsamente sorprendido, me dirigí a saludar. Conocía a Guy desde la École Normale Supérieure. Tenía vocación empresarial, fomentada por su padre, yo quería ser un profesional independiente.

-Ça va, Guy? Te esperaba solo.

-Hola Alex. Bueno, ya sabes que me gusta desconcertar.

A ti te encuentro cambiado -dijo con ironía. 
 
-Hace tiempo que no nos vemos - contesté.


Extendió la mano y me presentó a la mujer.

-Alex, ella es Anca. Trabaja en Bucarest, la necesito para controlar el negocio -sonrió.

Anca hizo un gesto excusándose y se dirigió al lavabo. Guy aprovechó y justificó porque no había acudido con Brigitte, su mujer. 


-Alex, te lo confieso, soy un inmaduro, no sé estar solo. Ella me ayuda en el despacho -aclaró sin alargar la explicación.  

-Te cuento el motivo de la visita. Sé que tienes negocios en Bucarest, conozco a un potente grupo inversor que está interesado en implantarse en Rumanía, en Constanza, junto a la desembocadura del Danubio. Quieren hacer una inversión destinada a la fabricación de cartonaje ondulado. La caña de la planta del maíz va a ser la materia prima básica. Hasta ahora, las cañas se queman. Con este proyecto se pueden utilizar para la fabricación y minimizar los altos índices de contaminación por dióxido de carbono. Para ejecutarlo piensan acogerse a las ayudas que facilita la Unión Europea a países en desarrollo, dentro de la comunidad, a través el Banco Europeo de Inversiones, el BEI - expresé con detalle.

Mi explicación había sido excesivamente técnica pero convincente para despertar su interés. Anca  se acercó, carraspeando, para hacerse notar. Se reincorporó a la conversación. En los ojos de Guy había una mirada entre sorpresa y codicia.  

-Alex, este asunto me interesa ¿Pero, por qué te diriges a mí?

-Necesitamos un buen soporte para poder trabajar desde allí. Tú tienes una sociedad de asesoramiento. Es idónea para este negocio. Mi idea 
es externalizar todos los servicios y coordinarlos desde una empresa, que podría ser la tuya -expliqué de forma muy sintética, para reclamar su atención . 

La cara de Guy brillaba y se reflejaba en la de Anca.

-Imagino que querrás una respuesta rápida. Antes de tomar una decisión prefiero que vayas a Bucarest.
Anca te explicará las posibilidades desde allí -propuso Guy.

-Estoy dispuesto a desplazarme -contesté.

-Anca vuelve mañana a Rumanía. Puedes ir con ella y concretar en que consiste ese apoyo.
Espero llegar a un acuerdo -sugirió.

Guy, por el tono y sus gestos, cuando hablaba de Anca, evidenciaba quién era el dominante 
en la relación y en en el trabajo.





UN DESTINO


Nos citamos al día siguiente, a las once, en el aeropuerto Charles de Gaulle, el vuelo salía a las doce veinticinco. Me tranquilizó verla llegar sola sin la compañía de Guy.












Llegamos a un Bucarest completamente  nevado. Cogimos un taxi en el aeropuerto. 

-¡Al Hotel Intercontinental! -dijo Anca.

Durante el trayecto me comentó que vivía cerca del hotel, a cinco minutos del despacho. Iba indicando el nombre de los bulevares y avenidas que atravesábamos hasta llegar al hotel.

Sin bajarse del taxi, dijo.

-Alex, te instalas, nos vemos en una hora y te enseño el despacho.

Cuando bajé a la puerta, estaba esperando. Me enseñó la oficina situada en un edificio nuevo. Me propuso ir a cenar a un conocido restaurante frecuentado por ejecutivos y empresarios extranjeros; entró con seguridad, delante de mí. El metre la saludó y nos acompaño hasta una mesa que había reservado. Ella se sentía cómoda en ese espacio y halagada al ser reconocida por algunos clientes que la saludaban con un imperceptible elevación de cejas. No tuve que escoger, el menú estaba elegido, platos típicos rumanos - no faltó el sarmale - y una pareja  de músicos, vestidos de zíngaros, con acordeón y violín. Asediaron la mesa durante una parte de la cena. Al terminar, le ayude a ponerse el abrigo y me sonrió. Nos retiramos y me acompaño a mi hotel.
Con esa demostración consiguió que recelase de lo que me esperaba

El plan de trabajo consistía en sesiones en el despacho alternadas con visitas a funcionarios del gobierno o empresarios rumanos y facilitar los trámites de la inversión. Siempre aparecía alguno que dificultaba las gestiones, sus sonrisas y buenas palabras, solventaban los previsibles inconvenientes.  


Pasaban los días. Anca me sometía a escuchar las excelencias de la empresa, insistiendo en los numerosos clientes que tenían y las buenas relaciones con empresarios y políticos, se esforzaba en dar una buena imagen. Guy no lo habría hecho mejor. Repetía que para conocer las verdaderas posibilidades de negocio debía instalarme en la ciudad, como como habían hecho muchos franceses, y convertirte en un "buscarestois". 

Mostraba un interés creciente en escarbar en los temas privados hasta acariciar lo íntimo, a cambio, me explicaba las dificultades que había soportado hasta conocer a Guy. 

-Este país no merece la herencia mezquina recibida del dictador. Nicolae Ceaușescu había convertido a Rumanía en un país paupérrimo, con un pueblo desconfiado y sin ilusiones. No estoy dispuesta a que la penuria se apodere de mí. 

-Con Guy y su empresa lo conseguirás -afirmé.







ALGO MÁS










Una tarde, al finalizar la jornada, me propuso pasear por el Bucarest de entreguerras. Al adentramos en el Sector 1 de la ciudad, el trazado de las calles discurría por sendas de adoquines cuidadosamente atropellados, donde se sucedían villas y palacetes, no exentos de grietas en las fachadas. La calzada estaba oculta tras la intensa nevada y apenas había espacios seguros para caminar en las aceras ocupadas por irregulares placas de hielo. Nos detuvimos ante un viejo caserón, un palacete construido a principios del siglo XX, de estilo neoclásico, adornado por un jardín destartalado donde crecía la escarcha y se instalaba la nostalgia. Estaba protegido por una verja de hiero forjado con rastros de oxido y lágrimas de desamparados. Se apoyó en el portón y me acercó con los brazos. Durante el asalto, me dejé llevar hasta encontrar sus labios. Mis manos buscaban las partes más sensibles de su cuerpo, mientras ella acoplaba el suyo hasta deleitarse. Fue un momento que  deseamos perdurable.










Dudaba si el comportamiento respondía a una estrategia de Guy o a una pasión vertiginosa.

Al día siguiente, al salir de trabajar, me propuso ir a su apartamento, sin detallar para qué. Hicimos el amor entre suspiros y gemidos, así durante horas, hasta que el apetito nos obligó a interrumpirlo. Fuimos a cenar a un restaurante próximo y discreto. 
Repetíamos cada tarde. Me dejó unas llaves.

Guy anunció un viaje a Bucarest. Fuimos al aeropuerto a buscarle. Nos vimos durante dos horas. Continuaba viaje a Ámsterdam para reunirse con unos empresarios judíos. Estaba impaciente por saber cómo evolucionaba el negocio. Le expliqué una versión satisfactoria de como se desarrollaría la inversión, la que  quería oír. Se mostró satisfecho. Le tranquilicé con un "¡Seguimos adelante! ". Guy cogió su vuelo y volvimos a la impetuosa rutina.

-¡Qué actuación! Te mantuviste inmutable ante Guy. No fue capaz de sospechar nuestra posible relación -fueron mis palabras.

-Alex, ya lo sabes, que por nada arruinaría lo nuestro, tampoco mi trabajo -dijo y me m
iró.

No quería hacerlo, pero terminé adulando a Anca y entendía su comportamiento, el mío no.

Pasaron varios días. Una tarde, al finalizar la jornada, me acerqué a su despacho. Antes de coger el ascensor me dijo:

-Me han llamado de una de las empresas que gestionamos, tienen una inspección de la Agencia Tributaria  Rumana.
¿Nos vemos más tarde? 

-Por supuesto -contesté, sin dudar.

-Alex, no sé a qué hora terminaré. Mejor descansa. Mañana te voy a buscar.

Vi a Anca corriendo por el bulevar Golescu. Todo me resultó extraño.


Al llegar al hotel, subí a la habitación, me di una ducha y bajé a la cafetería. Tomé dos vodkas y salí a esperar a Anca. Sorprendido, la vi entrar con Guy y otro hombre en su portal. Era Florin, un funcionario del gobierno, del Ministerio de Fondos Europeos. Pasaron diez minutos y salieron. Florin con un portafolios. Guy, cogió  un taxi en dirección al aeropuerto. Supuse que volvía a París. Subí al apartamento. Anca empezó a justificarse.






LA CONFESIÓN 


-He terminado mucho antes de lo que pensaba -dijo nerviosa.



-No sigas. Mejor hablamos en el despacho -cambié el tono de voz sin ápice de aspaviento.



De camino a la oficina me puso en antecedentes. Anca cada vez más alterada intentaba explicar que todo era idea de Guy, el plan para suplantarme y hacerse con el proyecto.



-Escucha Alex. Guy se reunió en Ámsterdam con tu grupo inversor, que como sabes no es judío. Se presentó como la persona clave para desarrollar el negocio en Rumanía. Acordaron los honorarios. Firmó los contratos en tu nombre e hizo beneficiaria a su sociedad. 
Lo que has visto esta tarde es el último paso que hace que estés al margen -dijo muy agitada.



Entendí por qué no me había advertido. Para ella, lo más importante, era alejarse de la sordidez a cualquier precio. No la interrumpí. Se sinceró.



-Guy me ha asegurado que me va a hacer socia con un cincuenta por cien de las acciones de la sociedad, la que ha firmado el contrato . Se separará de Brigitte y vivirá conmigo -al decirlo, se "autoconvencía" sin ocultar sus dudas.



-¿Cuánto ganarás? Además de asegurarte el cariño de Guy -le pregunté con ironía.



-Alrededor de 100.000 dólares de comisiones y los dividendos que reparta la sociedad, son para mí.



-A mí, su amigo, me ha vendido sin titubear, también te lo puede hacer -se lo dije y calló.



Mis palabras la hicieron dudar sobre las intenciones de Guy. 
Yo no podía tolerar su conducta.







EL CEPO


-¿Estás dispuesta ayudarme? Tienes que convencer a Guy de que un holding sueco-alemán está muy interesado en crear un complejo industrial en Constanza que desarrolle la industria del cartonaje y la del aprovechamiento energético -le expliqué con detalle. 

-Eso no supone ganar más -afirmó Anca 

-Claro que sí. Tienen que adquirir terrenos públicos. Habrá que  expropiar. Con las expropiaciones, se obtendrán beneficios adicionales a los generados con la venta. Eso significa grandes  comisiones, lo que es decisivo para que se interesen el gobierno y los funcionarios. Se moverán grandes sumas. El proyecto es más ambicioso que el anterior y la ayuda europea será más considerable. Estoy hablando de entre cinco y cinco millones y medio de dólares, en el otro no llegaba a un millón. Al BEI se le solicitará un préstamo. Florin y los suyos, los compañeros de partido y los que están en el gobierno, se encargarán de conseguirlo -dije con mi mejor capacidad de convencer y seducir.

No era necesario continuar para reclamar su atención. Lo veía
factible. Estaba a mi lado. Se mostró tan interesada que hablamos hasta la noche. Fuimos a cenar a "nuestro restaurante". En los postres me pedía mayores detalles.

-Ten en cuenta que el proyecto inicial está muy avanzado ¿Cuál es el plan para involucrar a Guy? -me miró, poco convencida.



-La pieza esencial es Florin, al que tienes que cuidar. Llegarás a un acuerdo para esté puntualmente informado. Llamarás a Guy  dentro de tres o cuatro días. Cuando hables con él debes transmitirle tu preocupación por los rumores que corren en el Ministerio. Florin te dirá que el proyecto está detenido. Habrá presiones por parte de unos alemanes que representan "un macroproyecto",  mucho más ambicioso que el vuestro. Le darás los datos básicos. Quiénes son, el montante de la inversión y los posibles beneficios. Le explicarás que Florin ya se ha visto con los representantes del consorcio germano-sueco y está al corriente de lo que está ocurriendo. Le entregarás la documentación correspondiente. Yo prepararé la memoria del proyecto y el plan de negocio. Con esto será suficiente para que Guy se presenté en Bucarest -le dije, deteniéndome en los pormenores.





No había pasado el cuarto día y Guy estaba en Bucarest. Pidió a Anca que consiguiera una reunión urgente con Florin, Secretario de Gabinete del Ministro. Al terminar el encuentro, Anca y Guy hablaron con Florin en la oficina de la empresa. Les confirmó que el proyecto se llamaba, Gran Parque Industrial de Constanza, Parcul Industrial Constanta o mare, en rumano. El nombre abreviado era su acrónimo, PIC.



-El proyecto se va a hacer. El ministro tiene el máximo interés y se ha comprometido personalmente. Se desestima el anterior y se da vía libre al PIC. Están firmados todos los permisos administrativos. Se presenta, para su aprobación, en el próximo Consiliu de Cabinet junto a la solicitud del un préstamo de seis millones ochocientos  mil dólares, a treinta y cinco años, sin intereses -sentenció Florin.



-¿Cómo podemos apoyar? -preguntó Guy entre temeroso y cicatero.



-Está decidido. Os presentamos ante los inversores como asesores del gobierno. Participareis en el proyecto con unos honorarios que fijareis vosotros. Se propondrán  al Ministro para su autorización, en función del importe total del proyecto. La función será  la de asesorar en todo el desarrollo del PIC para facilitar las transacciones, como interventores del Gobierno a través del Ministerio. Hay una pequeña, o gran condición, hay que depositar como garantía un millón de dólares hasta la puesta en vigor del préstamo, para asegurar el funcionamiento del equipo funcionarial que requiere el proyecto. Para formalizar esta  garantía hay un plazo de una semana. Se hará en mi despacho una vez autorizado el proyecto -remató Florin, no dando opción a interpelar.



Las caras de Guy eran el resultado de una metamorfosis permanente. Iban de la risa histérica a la turbación absoluta, bañadas en sudores fríos y lágrimas de emoción. Era el negocio de su vida. Tranquilizó a Anca por la cantidad exigida.Tenía suficientes activos, solo necesitaba conseguir liquidez.



Al ir realizando las ventas el importe total no alcanzaba el millón. Tuvo que desprenderse de su apartamento en París, que vendió a muy buen precio, pero le costó la separación. Brigitte le abandonó.



El proyecto se aprobó y se autorizó el préstamo. Florin llamó a Anca para concretar la formalización de la garantía. Guy se presentó en Bucarest con el millón de dólares, la vida desmontada y dispuesto a iniciar una nueva junto a ella.



El día de la puesta en vigor del préstamo Guy había quedado en el despacho del Secretario de Gabinete, sin Anca. Subió por unas escaleras decadentes pisando una alfombra de color carmesí, en un pasado remoto y que hoy había devenido en rojo avergonzado. La cara de Guy lucía enrojecida por la voracidad de su   
"sinconciencia". 



Florin había dado instrucciones a su equipo.  



-Cuando llegue Guy, que pase a mi despacho y espere -le dijo a su secretaria.


La secretaria siguiendo, escrupulosamente las instrucciones, acompañó a Guy y le invitó a pasar al despacho de Florin. Sin esperar a que se acomodase le espetó:



"El Secretario de Gabinete se encuentra reunido con el Ministro. Tendrá que esperar".



La lacónica frase, sobre todo el último mensaje, le calaba en las entrañas. 

Desconocía que el día anterior nos habíamos reunido Anca, Florin y yo. Trazamos el plan. Florin lo repitió para que no olvidar detalle.






-El préstamo estará  abonado en una de las cuentas que tiene el Ministerio en el Banco Nacional de Rumanía. He dejado firmadas la órdenes de transferencia a favor de la sociedad de Guy, según estipula el contrato con el grupo inversor y al número de cuenta que me ha facilitado Anca -Florin inició la conspiración.

-Cuando el dinero esté en la cuenta procederé a transferir los fondos de la sociedad a cada una de las cuentas personales, con las que Guy opera. Lo puedo hacer, soy la apoderada de la sociedad, amante y confidente, conozco todos sus secretos y debilidades -puntualizó Anca.

-La policía judicial estará avisada. Comprobará el intento de desviar fondos del Ministerio. Estarán alertados por el Gobernador del Banco Nacional de Rumanía e irán a detener a Guy como 
administrador de la sociedad y único responsable. No lo detendrán
hasta que yo salga del Ministerio. Nos veremos en el Hotel Reginetta, de Dobroeşti. Llevaré el millón de dólares de la garantía. Lo repartiremos según acordamos, medio millón para vosotros y el otro medio, para mí y mis "compromisos"-sentenció Florin, satisfecho.



-No quiero tener tanto dinero en el hotel. Anca estará más seguro en tu casa -interrumpí.



Pasó más de una hora. Guy inquieto, miraba la puerta del despacho. Florin no aparecía. La secretaria pasó a disculparle y sugerir que volviera después de comer.

Al salir aturdido, perdió el equilibrio. Dio un traspié en la alfombra y se plantó al final de la escalera. En la puerta del Ministerio le esperaba Brigitte y su hermano con un abogado que la acompañaba para testificar e intimidarle, si era necesario. Alguien la había informado de la venta del inmueble de París. El abogado intentaba recuperar la parte que le correspondía. Guy no estaba en Francia, le buscaban en Bucarest. 


Brigitte comenzó a insultarle. Los transeúntes, sorprendidos, se detenían ante el espectáculo. Guy arrodillado, le pedía perdón. Ella le abofeteaba sin piedad. Él no podía impedir que le arañase. Protegiendo la cara con los brazos, consiguió zafarse y ponerse en pie, zigzagueando. El coche de policía irrumpió en la calzada a

gran velocidad. Guy cayó  por su propio impulso. El vehículo policial le arrolló. Murió en el acto.




El resultado había excedido a mi determinación. No sentía arrepentimiento. El resto del plan se había cumplido. Anca y yo teníamos previsto un viaje a Estados Unidos. 







 AL DESPERTAR


Mientras desayunaba, leía el periódico Romania Libera. En primera página la noticia con un titular. 


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   DETENIDO EL SECRETARIO DE GABINETE 
DEL MINISTERIO DE FONDOS EUROPEOS






Florin Georgescu, Secretario de Gabinete del Ministerio de Fondos Europeos ha sido detenido en el Aeropuerto Internacional Otopeni de Bucarest, junto con una señorita, Anca Mocanu. Pretendían evadir un millón de dólares y viajar a EEUU.









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Impresionado y perdido por las calles del "Pequeño París" me sentía atrapado por la nostalgia del pasado reciente y el espejismo del falso idilio con Anca. Aquella verja que rodeaba al viejo palacete, me había aprisionado. Ahora, en el interior, la esperaba como cada tarde.  













Javier Aragüés (marzo de 2017)