miércoles, 7 de febrero de 2018

PASAIA

La humedad dominaba el puerto y reposaba en los brazos mecánicos de las grúas que cortejaban a la flota pesquera y a los escasos mercantes. Alguna bocina disonaba en la bahía tranquila y recibía con calma el caudal del río Oyarzun, que señoreaba en el lugar desde hacía siglos y hacía compatible sus aguas, con las salobres y algo domadas del Cantábrico, en el fondo de la ensenada. 





Los reflejos de los colores vivos: rojos, blancos y verdes, característicos del País Vasco, dominaban la superficie del agua y se imponían sobre los cascos de la mayoría de las embarcaciones. El cielo melancólico, el ambiente empapado y el olor a mar invadían la población donostiarra. Se formaban pequeñas gotas de agua sobre todos los elementos del paisaje que enclaustraban el aire y recordaban  cómo se sentían algunos en esa tierra.

Gorka acudía puntual a la cita, había quedado con los componentes de su cuadrilla a tomar unos vinos después del "currelo", hasta que se hiciera la hora de la cena. Los recibía en el embarcadero. El primer gesto era alargar el brazo hasta asir uno de los pasamanos húmedos de la barca, eso le hacía sentir que la amistad estaba cerca. Siempre empezaban la ronda por la taberna más próxima al muelle que enlazaba los dos Pasajes (Pasaia), San Pedro y San Juan; era inimaginable la bahía sin la presencia de la pequeña barca a motor, que solo se detenía para embarcar y desembarcar
 pasajeros y los llevaba  de una a otra orilla, sin alterar el paisaje. 

La mayoría de sus amigos eran de Pasajes San Pedro, pero acudían al otro lado de la ría porque encontraban aquella orilla y el pueblo más euskaldún (vasco). Andoni era su mejor amigo. Pertenecía a una familia de pescadores, aunque él siempre empleaba el término arrantzales, para  recalcar que algo diferente había entre ser pescador vasco y un mero capturador de pescado. Su padre y sus tíos se embarcaban desde siempre, para ir a faenar el bacalao a Terranova, en Canadá. Lo hacían en otoño y no regresaban hasta acabar la primavera.



Vista del puerto de PASAIA


Andoni conocía bien la historia  y alardeaba de sus antepasados. Decía: "desde 1525, vamos a buscar el bacalao y ahí está la primera armadora pesquera del país, Pesquerías y Secaderos de Bacalao de España S.A, la P.Y.S.B.E, que es de Pasajes". Esta historia le encantaba repetirla, recordaba perfectamente el año y ponía  mayor énfasis si estaba delante algún forastero; pero corrían los años setenta, las reservas marinas se agotaban y el sector entraba en crisis, las leyes de protección de especies y caladeros cuestionaban esta industria pesquera.

Lo que en aquellos años setenta estaba en auge, entre los jóvenes, y los no tan jóvenes, era el sentimiento nacionalista vasco, llevado a sus últimas consecuencias. La organización ETA, Euskadi Ta Askatasuna, en euskera, País Vasco y Libertad, en español era una organización terrorista, nacionalista vasca, que se estaba extendiendo por todo Euskadi. Alcanzaba gran simpatía en sus comienzos por su marcado carácter antifranquista para después de los años pasar a ser sinónimo de muerte. Andoni simpatizaba con los miembros de la banda, y yo también. En la calle se simplificaban las cosas y al final lo que importaba era si te considerabas, y te consideraban, abertzale (patriota) o no. Andoni era intelectualmente, muy simple y esquemático. Buscaba reducir la complejidad de las cosas a un bueno o malo, o si es que había que pensar: a un sí, o un no, sin argumentos, Eso tampoco distaba de lo que la sociedad vasca quería entender para soportar la ya incipiente irracionalidad. 


Aunque Andoni hablaba euskera, entre nosotros hablábamos en castellano salpicado de algunas palabras sencillas en vasco que todos conocíamos, al margen del manoseado y respetado agur. 

Aquella tarde  después de hacer la ronda por los bares de Pasajes San Juan, cruzamos la ría con la motora hasta el otro Pasaia. Al bajar en el amarradero, Andoni esperó a que el resto de la cuadrilla se hubiera ido. Entonces me pasó el brazo sobre mi hombro y me llevó hasta su casa. Subimos la escalera exterior del caserio y al agarrar la barandilla, sentí las gotas que anunciaban la presencia de la inseparable humedad y la sensación de sigilo. 






Foto de Mónica Aragüés





En la entrada nos esperaban su padre y sus tíos. En el salón, una luz tenue anunciaba la gravedad de la reunión. Tomó la palabra el padre.

—Gorka, para mí eres un hijo más. Sabes que Euskal Herria, nuestra patria, está atravesando  momentos difíciles y reclama a sus hombres, los verdaderos gudaris (soldados vascos) para que acudan en su ayuda. 

Andoni se atrevió a hablar y preguntó.

— ¿Qué quieres de nosotros?

— Es el momento de luchar por la tierra de los aitas (padres). Si nos pide un sacrificio debéis estar orgullosos de estar entre los elegidos. Los grupos de lucha necesitan combatientes jóvenes como vosotros, dispuestos a llegar hasta el final.

Tanto Andoni como yo entendíamos que nos estaban pidiendo pasar a formar parte de los comandos armados. Sabíamos que existían, pero nos veíamos muy lejos de formar parte de ellos, no nos habíamos planteado comprometernos hasta ese extremo. 

Miré a una de las ventanas y la lluvia se retenía en el marco, sobre los cristales. Las gotas expresaban el cautiverio, pero también la naturaleza viva.

A la vez, los tíos de Andoni, con gesto serio, cerraban sus puños y añadían patetismo a las palabras épicas del padre.

Andoni, atónito, hizo un sobresfuerzo para comportarse como un hombre cabal, desconocido para mí. Miró a su padre y habló por los dos.

— Aita, nos estás pidiendo algo que puede cambiar nuestras vidas y expulsarnos de la sociedad. Yo no te puedo contestar y Gorka, creo que tampoco.

La reunión no acabó aquí, padre y tíos siguieron insistiendo hasta que a la media noche Andoni me acompañó a la barca con sensación de haberme llevado a una encerrona. 

Los días transcurrieron con normalidad tensa, bajo el sirimiri; hasta que una tarde Andoni cuando estábamos de nuevo los dos a solas, me sujetó por el hombro; yo, timorato, intenté separarme.

— ¡Gorka! espera. Se me ha ocurrido una idea para evitar esta añagaza. Desaparezcamos. No sabrán si nos hemos unido a algún comando.

Aunque la propuesta, era arriesgada no parecía un disparate. Al día siguiente después de tomar unos vinos con la cuadrilla, los dos, nos dirigimos a Trincherpe; un barco salía para pescar la merluza en el Golfo de Vizcaya y tocaría puerto en Capbretón, en la región de las Landas. 


En  la madrugada fría y húmeda, divisábamos tierra. Con marejadilla, algunas olas salpicaban la cubierta. Cogí por el hombro a Andoni y con la otra mano me agarré con fuerza a la barandilla de popa. Estaba empapada y cubierta de gotas de agua. Eran las de siempre, pero esa mañana anunciaban la libertad.                                




  Javier Aragüés (febrero de 2018)

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