miércoles, 17 de enero de 2018

AL FILO DE LA REALIDAD

Suspendido del acantilado espero que un nuevo golpe de mar me dé ánimos. No soy capaz de situarme alejado de mis sueños que vencen a la razón. El fuerte viento golpea las olas, me alcanzan y me hacen retroceder hasta mis fantasías aunque me avivan las imágenes junto a Raquel. 





El faro rodeado de bruma, se mantiene erguido a pesar de mis dudas y es refugio en mi soledad. Me salpican los recuerdos de ella. La luz intermitente me devuelve a aquellos días refulgentes por su presencia y para mí, insuficientes de cariño. Raquel me ignora. Si me acompañara por el tajamar, le regalaría el glauco mar, que al rociar junto con las salpicaduras de mis besos, resaltaría su tez tostada y resultaría mas atractiva. Ella accede, y le invito a subir a la carroza tirada por los deseos de compartir la vida y llegar a la fortaleza del amor. Nos reciben los anhelos de felicidad junto a las columnas barrocas del placer, situadas a la entrada del gran patio, repleto de mujeres y hombres desnudos, que miran con aparente indiferencia pero envidiosos de nuestro destino. 




Venus y Marte Botticelli


Las grandes escalinatas nos proponen ascender por balaustradas de coral, cortejados por las bestias marinas mas excitantes: centauros con cabeza de tiburón, sirenas de apéndice deslumbrante y morenas de diente puntiagudos, inusualmente cariñosas; también se adornan con ostras trivalvas con más de una perla en su corazón, coros de peces kilis y arco iris que forman escolanías multicolor y todos atentos a las instrucciones y a los gestos del emperador Poseidón, que con su tridente agita el mar para que no cesen las olas junto al acantilado, y da ordenes a la disciplinada fauna, para que no abandone su sincrónico movimiento. 






Una anguila gigante nos acompaña al lecho cubierto por algas pardas, rojas y verdes, para el descanso de nuestros cuerpos y antesala del placer. Nos besamos y las burbujas de amor al liberarse acarician nuestras mejillas. 








Tanto  tiempo abrazados y fundidos hasta el extremo de  que el agua no fluya por nuestra piel. Solo circula el deseo, suficiente para llegar hasta el origen del placer y nos hace permanecer suspendidos por la pérdida de la noción del yo para convertirse en nosotros.  Volteados una y otra vez por la pasión y prendidos por el fuego de amor, nos recostamos en el cabecero nacarado, descanso de pasiones y sostén de sueños perdidos. 




Transcurren muchas mareas hasta que vuelve  la calma al mar. En uno de los prolongados reflujos me deposita en una caleta a los pies del talud. Las olas serpentean por mi cuerpo desnudo y en contacto con mi rostro me devuelven el sentido. Busco a Raquel entre mis brazos, solo arena y salitre en las manos, en mis ojos lágrimas y en el mar mi pasión.



Javier Aragüés (enero 2018)  

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