lunes, 13 de noviembre de 2017

EL CONDICIONANTE


Todo lo que sigue iba a ser el condicionante de esta historia.

Era verano cuando se conocieron, los presentó una amiga de Berta, cómplice en su afán de complacerla. Coincidieron en aquella casa, junto a un grupo de jóvenes. Era un antiguo  secadero de pescado, destartalado, a los pies de la ría. 

Transcurridos unos días, la convivencia se hacía molesta y tediosa. Berta, buscaba el momento para invitar a Aleixo a dar un manso paseo hacia O Grove, y escapar del resto del grupo, que vociferaba a todas horas: cada uno intentaba imponer su criterio, aunque el único argumento fuera levantar la voz, para intentar remarcar su presencia, rodeada de un inexistente atractivo. La convivencia en la casa se hacía tirante, por el reducido espacio y los afilados caracteres. 




Caserón en O Grove



Berta era una mujer deseosa amor. De melena ondeada por la brisa y tintada por la demora de ese afecto que no recibía. No se le asociaba,por su aspecto, con el resto del grupo. Tenía una edad indefinida, en connivencia con una inagotable esperanza, reflejada en las abundantes hebras perlinas que poblaban su cabello. Esbelta, con rasgos que redundaban su figura estilizaba y alcanzaban el atractivo.

Aleixo era un joven reflexivo, taciturno y a la vez, desposeído de rigidez. Buscaba a la compañera, discreta en lo superficial y rotunda en el cariño, para alojarse en sus labios y penetrar en el espesor húmedo, el más selecto de su cuerpo. Aún no lo había conseguido. 

Solo las noches reconfortaban a Berta, que sin ser observada, podía concentrar su mirada en Aleixo y, sin levantar sospechas, invitarle a salir de la vieja casa para respirar juntos y contemplar el mar. 




Plenilunio sobre el mar




Esa masa de agua ultramarina, que durante el plenilunio rebotaba en la lámina brillante de la superficie, parecía seducir a los huéspedes.y difuminar el azul cobalto de la cara del astro. Mientras Berta, sentía la sensación de un arranque impetuoso de color coral, símbolo del amor incipiente de la pareja. Deseaba estar junto a Aleixo. Consiguió espesar al resto de la manada, en el viejo almacén habilitado como mansión. Durante el paseo, Aleixo se atrevió, tras numerosos intentos, a entrelazar sus manos con las de ella. En el primero, de forma casual y atropellada, disimulando los sucesivos contactos errados, para después de unos instantes, permanecer entrecruzadas, a la manera que dicta el amor bermellón, deseado y sin fisuras. 

Ese paseo excitante, iba desembocar en el mar de la pasión, contenida e insatisfecha, sobre la que vivían los dos. Al llegar a la playa de La Lanzada, se detuvieron, se quitaron las chanclas comenzando a caminar sobre la arena húmeda de la orilla, que se teñía de blanco con los embates domesticados del mar e iba dejando las huellas de su amor. 

A él, las pequeñas ondulaciones que se formaban en la orilla le recordaban los bucles zigzagueantes de lo que había sido su vida hasta ahora. Deseaba alisarlos para poderse entregar a Berta sin limitaciones .

Aquel verano Berta, suspendida en su propio abismo, vestía de azul salino, contemplaba el naranja del infinito, mientras escuchaba el rugir del blanco oleaje al romper contra el malecón de sus recuerdos. 




Malecón


El mar removía el fondo ámbar y, como su amor, se deshacía en infinidad de partículas, tantas como las caricias que esperaba recibir de Aleixo para que él se las entregara, sin súplicas. 

Se tumbaron sobre la arena y ocurrió lo que querían los dos.

Javier Aragüés (noviembre de 2017)




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