viernes, 27 de octubre de 2017

MÁS QUE ENVIDIA

En una tarde de octubre, Raúl se encontraba en aquel jardín poblado de esperanza. Vestía de gris soledad y anhelaba cambiar el disfraz para pasearse de la mano con la persona deseada. Ataviado de un carácter acharolado y exuberante, podía codearse, de tú a tú, con la vida. Pero todo era una ilusión provocada y perseguida por él. Continuaba buscando, recorría una dilatada travesía en compañía de sombras, sin rasgos de afecto, llena de murmullos y rumores que enmascaraban la voz nítida de un cariño sosegado.

Hasta aquella tarde, Raúl rodeado de una frondosa vegetación, seguía solo. Meditaba sobre el porqué de su dificultad para encontrar a otra persona y poder compartir fragmentos, episodios, o lo que sería el sumun, seguir a su lado toda una vida. Lo atribuía a su falta de preparación para empatizar  en ambientes intelectuales y a su escasa experiencia vital, cuando prolongaba las noches de copas y tertulias. Su continuo mimetismo hacia los otros y su enfermiza comparación con sus cualidades, ahondaban en su tristeza, provocando abatimiento y una gran desazón. Todo, por no poseer los atributos, ni las cualidades de otros, al compararse con ellos. La carencia de esas aptitudes le impedía conquistar lo que más deseaba, amar a una mujer.








En aquel anochecer, todo empezó en uno de los parterres, con la charla informal de una pareja, Olga y MarcoEran dos personas sin esencias de ternura. Conversaban alimentando reproches, lo que a distancia significaba desamor. Entre los matorrales se oyeron unos susurros, que se amplificaron hasta conformarse en gritos inconfundibles entre los dos. Se avivaron con frases gruesas, intercambiadas sin que ninguno esperara a escuchar, ni a terminar, la frase siguiente del otro. Se trazaba un anunciado desencuentro. Cuando  Raúl observaba a distancia, sus ojos brillaban con nocturnidad, se sincronizaban con la intensidad de las exclamaciones, que titilaban a cada golpe de voz.

 -¡Qué gran ventaja ante este desastre! -pensaste, y yo te di la razón

Se descubrían espacios ante Raúl para poder mostrar esas cualidades que envidiaba en los otros, le incitaban a mostrarse como el compañero ideal y a ser el candidato ante Olga dispuesto a sustituir de forma apresurada al intruso, para construir una intimidad consistente. 

Al deshacerse de Marco con bravuconadas, se quedó solo junto a Olga y sometido a su criterio. Ella le inducía bienestar y le proporcionaba seguridad. Le bastaba mostrarse tal y como era, no tenía necesidad de moldear su personalidad. 


Los dos, sin dejar de mirarse y con las manos próximas, se contaban de forma atropellada lo que habían sido sus vidas, esperaban el relato y la siguiente vivencia del otro, para incorporarlos y tomar juntos el tren de la vida. 






Para Raúl, eran días de duda, entre buscar el amor, o esperar. Deseaba conocer a Olga, sentirse vivo, expuesto a todo tipo de motivaciones, sin alertas para seguir existiendo y vivir con plenitud, en brazos de la ternura. Al lado de esa mujer, con su forma de hablar y querer, nada sería imposible, si no volvía a la tristeza por emular lo que no poseía. A partir de ahora, no podría desear, apetecer, ansiar, en resumen, dejaría de envidiar. Consciente, se comprometió a no claudicar,  ante la propensión de ansiar lo ajeno.  

En la puerta principal del jardín, apareció un hombre en la penumbra. Parecía que ella lo reconocía. Con naturalidad fue a su encuentro, le cogió del brazo y juntos caminaron hacia Raúl. 
Él comenzó a sentir temblor en las manos y a la vez su rostro se enrojecíó. Le pareció más que un hombre, la torre del campanario de una iglesia. Era esbelto, airoso, rotundo y de ojos abiertos como las aberturas de un ajimez. 

Se precipitaron los temores. No pudo impedir el deseo de querer ser aquel hombre, de envidiarle. Intuyó que Olga interpretó su debilidad y Raúl sintió miedo a perderla. Solo la podría recuperar si conseguía que ella rechazara a aquel portento de ser humano. Cuando la mujer se aproximó a Raúl, con gesto de presentárselo, él rehuyó el saludo. Olga confundida, reaccionó con una mirada inquisitorial y bastó ese instante para deshacer el sueño de amor que parecía surgir entre los dos. 

Raúl se dirigió a la puerta del parque, abatido, arrastrando sus convicciones, zigzagueante al ritmo de una tristeza provocada por carecer de las cualidades de aquel ser, o al menos eso le parecía. 
Vio como Olga y su acompañante se dirigían a la puerta opuesta, se soltaron del brazo y él, mirándola a los ojos, le dijo:

- Olga, en mi opinión ese hombre no te conviene,
  tómalo como un consejo, porque soy tu hermano. 

Yo no pude participar en esa conversación, pero estaba totalmente de acuerdo, aunque no era su hermano.


 (Javier Aragüés, octubre de 2017)

jueves, 19 de octubre de 2017

EMBATE

El sol revienta el horizonte  y esparce la luz, foco de confianza del nuevo día. Caminas cada mañana hasta el extremo del espigón. Protegido con ropa de abrigo y expuesto a la duda. Te asomas a un decorado de fulgor policromado que aumenta la creencia de que Carla regresara. 


Amanecer

sonido del mar en un amanecer (audio/video)

Tú miras. Buscas en  el remanso de mar de la bahía a esa mujer. Tu deseo de mantener los anhelos te rompe el sosiego. Ni siquiera los días que te rodean las tinieblas consiguen quebrantar tu espera, ni te impiden desfallecer. Recibes con placer la rociada de gotas de mar que mantiene la esperanza de tus fantasías. Algunas pizcas de agua se posan en tu rostro y el viento esparce otras muchas por tu atuendo. Tu vista no descansa. Buscas sin cesar entre las guirnaldas de espuma al ser que amas.


El color del mar



En la punta de la escollera recuerdas los paseos por la orilla. Te acoplas por la cintura, caminas junto a ella, que recoge tus muestras de cariño y te las devuelve con ternura. Te besa. Tus labios salados se posan en los suyos. El salitre es el vehículo de tu amor: se lo entregas en la boca. Ella cierra los ojos, tú los entornas para gozar del instante y asegurarte de que sigue junto a ti. 


Resucitas los días en que tus manos se entrelazan con las suyas, la aproximas a tu cuerpo y dibujas tu sonrisa de complicidad.  Basta con tu expresión para invitarla a la desnudez y Carla acceda. No dejas espacio entre los dos para que el ansia de sexo escape y consumas el amor. 
No te puedes olvidar del descomunal golpe de mar que te aleja de la quietud del tiempo pasado. Luchas contra la naturaleza, te la arrebata y te sumerge en el más inmenso desamparo.
Para liberarte te convences de que todo es una invención. Te preguntas ¿existe Carla?

Noche de pesadillas. Tus pensamientos van una y otra vez a su rostro, a su mirada. ¡Ojala la pudieras recuperar!




Paseas junto a la orilla. El mar atempera su agitación. Se ondula suavemente en la playa y te devuelve a Carla.



Javier Aragüés (octubre de 2017)




lunes, 16 de octubre de 2017

MI ABUELA CRISTINA

Querida abuela:

Recuerdo y añoro los días a tu lado, cuando velabas por mí, sin ocupar mi espacio, sin perturbar mis deseos. No puedo compensar tu dedicación, ni olvidar cómo me acompañabas. Tus manos emanaban cariño, reforzado con la mirada que se prolongaba en las noches cuando yacías a mi lado. Suplías con creces la ausencia del amor que debían regalar los padres -ausentes en mi caso- en los momentos cruciales de la infancia y adolescencia como en cualquier pequeño. Con tus manos dilatabas la ternura, única sensación presente al estar junto a mí, me cuidabas y me contagiabas tu manera de transitar por el afecto. Al coger mi mano me impregnabas de seguridad, garantizabas mi protección y mitigabas los miedos que presiden los pensamientos de un niño. 









El cine es un estípite definitorio de lo que es mi infancia. Entendías que era la forma más sencilla de asomarme al mundo e introducirme a los sentimientos, descubrir pasiones y contemplar vivencias. Me invitabas a descubrir lo que es estar vivo e imitar a los personajes, atendiendo a lo que es un código básico de ética, que hoy sigue vigente para mí. Sabiendo que estabas allí me permitía perseguir a malhechores, emprender aventuras o identificarme con el novio de "la chica", el héroe de la cinta. No tenía miedo a ser atrapado, ni herido. De lo no que no estaba protegido era de enamorarme, casi siempre de la protagonista, lo que ocurría a menudo y que chocaba con mi realidad. Pero allí estabas para consolarme sin desdeño. Al final de la película se encendían las luces y a la vez se ahogaban mis sueños. En la vuelta a casa dominaba la angustia de saber si estaban mis padres, o lo que era peor, si lo estaban sumergidos en una de esas inacabables y sórdidas discusiones. Ellos no sabían que yo contaba con tu complicidad y la ayuda para afrontar cualquier obstáculo en la asfixiante convivencia como era habitual. La noche era larga y sumergida en un gimoteo silencioso aplacado por el recuerdo de la película y tu insustituible presencia.

Aunque intento expresarte mi profundo cariño y respeto, entiendes que en aquellos momentos era incapaz de exteriorizar mis sentimientos hacia ti, y aún hoy me siento incapaz. Lo he suplido con sonrisas, con miradas y gestos de complicidad, todos insuficientes para significar lo que ha sido tu compañía en mi vida. Hoy intento trasladarte aquellas vivencias con  palabras ordenadas en un intento de aprender a hacerlo con la ayuda de un taller de escritura al que me he incorporado. Como esto no es fácil, permíteme que lo haga en sucesivas aproximaciones para llegar a tu sensibilidad. En cualquier caso sino lo consigo quiero que sepas que eres parte de mi vida. 

Un beso.

Javier


Javier Aragüés (octubre de 2017)

domingo, 1 de octubre de 2017

CARTA ABIERTA DESDE EL DESEO

Se sentía apeado del relato de la vida y buscaba como salir de la oscuridad. En el tránsito aparecían destellos que no lograban prender para mantenerse digno, ni absorber el aire hasta invadir el yo y devolverlo pleno de sentimientos y emociones como presagio del retorno de la felicidad.

Parecía un día más abocado al desaliento y al hastío hasta que sobrevino el recuerdo de esa escuela de un pequeño pueblo, sin testigos, solo con aquellas vidas deseosas de aprender y con educadores esforzados en enseñar. El objetivo era preparar de manera integral a todos aquellos seres para vivir en un futuro que se desconocía. No bastaba con seleccionar disciplinas específicas, ¿aplicables a qué?. Quizás solo tenía sentido impartir conocimientos vehiculares, la lectura, la dignidad, la consciencia, el amor,... Seguro que el conocimiento de cómo relacionarse, favorecer los sentimientos y los valores como seres humanos iban a tener mas utilidad. Se debía enseñar a escuchar, a compartir, a convivir, a relacionarse, a condescender, a respetar y,..., a tener criterio para elegir. Se debían transmitir todos los conocimientos necesarios para vivir en esa sociedad futura, desconocida e ingrata.