jueves, 31 de diciembre de 2015

EN MÁS DE UN VERANO

Algunas tardes las pasábamos con amigos de tertulias y cafés, con aspiraciones literarias y discusiones  políticas. Cafés y tabaco eran el combustible para mantenernos encendidos. Acudían los asiduos. Simpatizantes y militantes de asociaciones clandestinas y algunos invitados por primera vez. Temerosos de no cumplir con las expectativas; al segundo café ya están integrados y discutían con el grupo de asiduos como uno más.



El tema elegido para debate lo elegía el o la líder, aunque al poco rato se formaban grupos  y en cada uno se discutía, apasionadamente, de asuntos  más o menos relacionados con el asunto principal. Prevalecían  los que hablaban de conflictos locales, de los que afectaban al estado, incluso a Europa; la elección dependía de la gravedad de los acontecimientos y de lo actual. Podía ser desde un macrojuicio contra sindicalistas, el fusilamiento de los miembros de un grupo radical, la ejecución de un anarquista, el encarcelamiento y tortura de los más comprometidos, hasta el más importante por deseado, el magnicidio del vicepresidente, que ocupaba la discusión muchas tardes, nadie lo defendía moralmente pero todos lo aprobaban  cuando opinaban a solas.

Los conflictos de obreros y  estudiantes, por cotidianos, no eran noticia. Todos engordaban  las cifras de asistentes a las huelgas, a manifestaciones y alguno decía: “nos persiguen, cargan, tardan en dispersarnos, aguantamos y no detienen a nadie”. Si todo eso fuera cierto la dictadura habría caído en unos días, apostillaba el más incrédulo.

Dedicábamos tiempo a conocer a los autores: filósofos y revolucionarios que habían escrito sobre la redención de los explotados y los caminos para transformar el mundo. 
Necesitábamos una coartada cultural para argumentar la militancia y hacer proselitismo. Eramos aplicados en eso de aprendermos la jerga.

Leíamos a  Marx, Engels, Gramsci, Rosa de Luxemburgo…y a otros tantos, pero el nombre que marcaba las diferencias en el repertorio era el  Vladímir Ilich Uliánov. V.I. Lenin o simplemente Lenin. Había que aprender a soltarlo en cualquier intervención  —viniera o no al caso— para dar mayor rotundidad a los argumentos.

La edad y la ausencia de prejuicios nos convencían, nos sentíamos formados en política, dispuestos para celebrar mítines o presidir asambleas. Lo que leías, lo considerabas verdad inmutables por estar escrito sobre papel y la educación política era un gran paso para propiciar los enamoramientos.

Con algunos amigos de las tertulias y otros no tanto, íbamos a pasear uno de los  montes próximos a la ciudad. Ellos admitían  la reciente relación sin preguntar. Buscábamos la complicidad en los encuentros y las miradas furtivas dejaban de serlo.  La proximidad de la relación pasaba a ser cotidiana sin necesidad de explicaciones, la  relación era natural, nadie se preguntaba nada relacionado con los dos y todo el mundo la daba presentaciones y todo el mundo la daba por hecho.

Alguna tarde nos escabullíamos y nos alejábamos del grupo. Nos refugiábamos en la iontimidad
de la que tanto habíamos disfrutado. Los primeros descubrimientos de nuestros  cuerpos sumidos en la más absoluta sin vergüenza, los lugares que habían sido testigo de la desnudez de nuestros cuerpos y el resurgir de los sentimientos más puros, de nuestro primer amor.












¿Cómo explicar la plenitud de los momentos compartidos? Todo aparecía la vez: el pudor, el calor de la piel, el rubor y la sensibilidad de los primeros besos. Cuando los descubrimos  repetíamos una y otra vez hasta desear el siguiente. La culminación era entregarnos hasta sentir contacto de uno contra el otro; nos bastaba, no esperábamos nada más.



Sealed with a kiss - Raymond Leech


Las primeras lluvias anunciaban el fin del verano. No habría tertulias, ni cafes
Acaba el verano, vuelvo a otra ciudad con el equipaje para pasar tiempo en espera de nuevas sensaciones. Las experiencias políticas se pueden trasladar. Experimento un gran salto, gracias al entorno y a los  días vividos con ella.
¿Me asomo a la madurez? Al despedirme olvido dejo atrás lo más importante, el cariño desinteresado, los besos y el idilio. La decisión equivocada está tomada.

domingo, 13 de diciembre de 2015

VISITA A LISBOA


Abril de 1983. Por las calles proliferan los modelos masculinos con trajes de campaña y toques asilvestrados. Griterío en las calles. Para muchos, días de alegría. ¡Adiós, a los de siempre! En la Lisboa adoquinada desfilan inusuales guerreros de la paz. Lanzan piropos a la libertad.

De pie, en el café A BRASILEIRA, comento con Amália la sentencia de Pessoa. "Auxiliar a alguien, amiga mía, es considerarlo incapaz; y si no lo es, es suponerlo o convertirlo en tal” (El banquero anarquista).  Discutimos. Opino que la primera parte significa desprecio. Amalia disiente. “Toda la afirmación conduce a la tiranía”. La discusión se enmaraña. Ahora,  de la mano, nos concedemos la reconciliación. Los habituales desencuentros se zanjan con apasionamientos fugaces. Yo, con más fuerza. Ella lo imprescindible.

Las exaltaciones en las calles se amortiguan con la noche. Caminamos hasta el Chiado. Descubro una pensión sin pretensiones. En el cuarto, el sosiego y las sombras del silencio consienten impulsos sensuales. Me entrego sin condiciones. Busco su sonrisa. Mientras, Amália mira al techo. No encuentra a su amante. Fermín, camarero del A BRASILEIRA, irrumpe en la estancia. Yo, atónito.  Amália, le invita a pasar. A mí, a olvidarla.

Fermín  alterna la profesión de mozo del café, con la de proxeneta por las noches en el barrio de Mouraria.  Repeina los cabellos con la carda. Esconde la herramienta en el bolsillo trasero del pantalón, mientras apoya la espalda y un pie en la fachada mugrienta de una casa. Es responsable, junto al fado, de que no caiga. Protege a sus chicas. No las deja reposar. Vigila a los clientes y convence a Amália. Por las mañanas, las mujeres buscan a Fermín. Ella le espera. 










Un café de Lisboa (Josep Mª Cabruja)







Vuelvo años más tarde. En la habitación de un nuevo hotel, sobre la cama, me parece ver un ejemplar abierto de LA CORTESANA. Sarah Dunant. Fermín es el barman del hotel. Acostumbrado a manejar las manos como palabras. Dueño de la noche  me susurra. “Si no has amado, no has vivido”. Atónito  de nuevo, tomo en parte como un desprecio lo que en cierto modo es un reproche. ¡Quizás, todo vuelve a empezar! No parece igual. Me acerco al A BRASILEIRA.  Hay tanto  humo en el ambiente que apenas veo a Amália. Algo envejecida, es incapaz de permanecer en pie. Apenas se apoya en los recuerdos, pero me reconoce.


Fermín maltrata a Amalía hasta someterla. Ya no es la favorita. No le espera ¿Qué ocurre si aquella noche, al mirar al cielo, no encuentra nada? y ¿Si no permite la irrupción del camarero?  Hoy, nuestro amor incipiente pasea por las calles de la Mouraira. Ella busca mis manos para que no escapen los deseos. Yo, la mirada.  Por las ventanas abiertas, huyen los fados. Volvemos al A BRASILIA. En una de la mesas un ejemplar de Cien años de soledad. 


Javier Aragüés (Diciembre 2015)