viernes, 24 de octubre de 2014

EL VIGILANTE DEL MUSEO (Relato) Libro 4

Raúl era un hombre de mediana edad, enjuto y algo consumido; su camisa marcaba un descarado esternón del que arrancaban todas las cuadernas que envolvían sus fatigados pulmones. En la cara destacaba un color de piel blanco marfil testigo de la ausencia de contacto con la luz del sol. Cada mañana, fuera laborable o festivo —los lunes era su día libre— repetía la misma rutina; caminaba despacio hasta el vestuario, disimulado por una pequeña puerta a la derecha del hall del museocolgaba su gabán y lo sustituía por una chaqueta azul marino desolado, limitada por un leve ribete dorado a juego con los botones de la empuñadura, después se encajaba la gorra de plato sobre su cabeza despoblada. La prenda iba rematada por un escudo centrado con dos letras mayúsculas, también doradas, las siglas MN — Museo Nacional— coronaban la gorra con dignidad e imprimían respeto.






Raúl siempre ocupaba la misma sala, un espacio reducido dedicado al fauvismo. Tenía la ventaja de no ser la más visitada pero los que acudían eran verdaderos amantes de la pintura, aunque  también se descolgaba algún despistado preguntando por pinturas reconocidas de Matisse o Raoul Dufy. No era su obligación atenderles, pero sentía satisfecho de poder ser útil y les contestaba empleando la misma frase, silabeada muy poco a  poco y según el día se veía obligado a repetir en varias ocasiones: "En este museo no". Se ayudaba con su dedo índice que oscilaba a ambos lados a la vez que negaba con la cabeza.







Las tardes eran mucho más tranquilas y aprovechaba para disfrutar de la pintura y en particular de un cuadro  que le fascinaba "Mujer con Sombrero" de Henry Matisse. Aunque no estaba colgado en el museo lo admiraba en una de las páginas del libro de pintura: Las Pinacotecas del Mundo. Su procedencia humilde y las circunstancias le habían obligado a ser autodidacta. Poco a poco leyendo libros de pintura se había convertido en un especialista en postimpresionistas y desde allí, había evolucionado hasta quedar atrapado por el fauvismo. Aunque el movimiento estaba enraizado en la obra de Gaugin y sus pinturas al óleo, para él, Henry Matisse era el fauvista indiscutible. 

Siempre ocupaba su puesto de pie en la sala, sin perder de vista las cuatro paredes, mientras releía un libro de pintura de la biblioteca del museo. Resonaba la calma hasta que el reloj de la torre del ayuntamiento dejaba caer las seis. Como un resorte, con un gesto seco alargaba las mangas de la chaqueta, repasaba el nudo de la corbata y aseguraba la gorra. En medio del silencio de las salas, dos tacones entrechocaban con el suelo de mármol y el sonido de los impactos avanzaban hasta el espacio donde Raul estaba de vigilante. Él la esperaba y ella altiva buscaba un banco desde donde observar el cuadro de Matisse. Habían hablado muchas tardes y ella conocía las preferencias pictóricas Raúl, en particular por "Mujer con Sombrero". Al sonar los golpeteos de tacón en la puerta de la sala, ella entró  desplegando color, su cara con un maquillaje muy cuidado, resaltaba los colores puros: rojos, verdes y morados. Los contornos se marcaban por una linea gruesa de color negro, realzada por el rímel. Era una belleza compulsiva, alejada de lo tradicional, rematada por un gran sombrero que parecía sobrevolarla.

Raúl al verla, casi se desplomó. Junto a él, su obsesión se había encarnado. La podía hablar, acariciar y enamorarla. La miró, ella no le rechazaba, le deseaba. Raúl agitado se aproximó con respeto. Con los dedos recorrió sus labios. Ella con una sonrisa sensual, le ciñó a su pecho. Por el cuerpo de Raúl ascendían todas las sensaciones y se encendían todo los sentidos.  

El museo cerraba, se iban apagando las luces de las salas que sorprendieron a Raúl. La oscuridad inundaba todos los espacios. Se hizo el silencio. 
Angustiado pidió que las encendieran. La sala estaba vacía y a la entrada, en el suelo, el libro de pintura abierto por la lámina de "Mujer con Sombrero". La página estaba en blanco.



Javier Aragüés  (Octubre 2014)

lunes, 20 de octubre de 2014

LA GRAN PATERA

Tu largo viaje para  llegar a Europa, es el desplazamiento hacia un un sueño vital ,  imposible, trascendental para la vida de habitantes de otros países de tu continente y símbolo para los tuyos. 

Día tras día,  piensas en la penosa travesía. ¿Como la harás? ¿ Quienes serán tus compañeros de navegación? ¿Tendrán tus mismos deseos y objetivos? ¿Llegarás?

Huyes  de la miseria, de los conflictos, de la tortura, de los señores de las guerra, de la hambruna, de la insalubridad, de una sanidad inexistente, de las epidemias, del analfabetismo instalado,de la falta de perspectivas, de la muerte.

Sin presente ni futuro, buscas las  condiciones mínimas para  considerarte y sentirte un ser humano, con o sin la declaración de tus derechos.

El primer mundo con su doble moral te necesita para perpetuarse. Te ofrece inspirar compasión  a  los habitantes de "países civilizados", a cambio recibes vejaciones por parte de sus gobiernos. 

Es la manifestación de un colonialismo perfumado que te considera un esclavo de caucho,de infinita elasticidad y sin redención. 

Exporta epidemias a tu continente, a veces incontroladas, solo combatibles con vacunas ya preparadas que venden sus laboratorios y compran las organizaciones supranacionales con pingües beneficios. El negocio está hecho.

Solo te queda una opción, dejar lo que no tienes y buscar tu destino en países  acomodados que ofrecen una aparente igualdad y oportunidades.

En el tránsito  sufres penurias y maltratos de funcionarios fieles a los gobernantes del los países, etapas de tu  éxodo obligado. 
Los flujos de personas en una sola dirección son frecuentes y en condiciones similares a la tuya. De los muertos y desaparecidos no hay inventario.

Si tienes éxito y llegas vivo al territorio que has deseado, tu nueva escala suele ser un país de las costas mediterráneas, como Italia o España.
Ejercen de  verdaderas fronteras geoestratégicas establecidas por el mundo  privilegiado y levantadas contra ti. Los países de recepción
-si sobrevives- te consideran apátrida, sin derechos, te hacinan en centros de internamiento (campos de concentración actualizados).

Tienes la sensación de que tu llegada ha dejado de ser noticia en estos países y pasa a ser un suceso no deseable. que a veces se convierte en tragedia. 


Los representantes del" club" de los poderosos. -países que marcan las reglas- situados generalmente en al centro y norte del, para ti, nuevo continente entonan "un mea culpa" para tranquilizar las conciencias de sus gobernados y la suya.







Nadie, nadie analiza los motivos de los desplazamientos 
obligados  -tu desplazamiento - y  sí  el origen de tu emigración va más allá de la búsqueda del bienestar individual.
  
Los seres humanos, por serlo,  aspiran a condiciones que permitan el progreso, en casos extremos arriesgando incluso la vida, como es tu caso, y prescinden de lo que poseen.

A "los países frontera" receptores de desahuciados se les asigna esta misión a cambio de gozar de ciertos privilegios temporalmente hasta que los habitantes sienten la situación interna incómoda, desfavorable y cuestionan la función estipulada .

España se ve relegada a ser una base de ocio barata, con instalación de hoteles y casinos, con camareras y camareros bien adiestrados, asalariados sumisos y disponibles a cualquier precio.
Los autóctonos pasan a la categoría de privilegiados, a la que tu esperas pertenecer

Algunos de los habitantes asumen que en el país es necesaria la investigación y verdaderos profesionales para asegurar un futuro independiente con creación de riqueza  -tu no eres consciente.

Para integrarte y regularizar tu situación quieres contribuir con tu esfuerzo a participar  en los factores productivos. 
La aportación a la riqueza es escasa, no hay valor añadido y está sometida a variables incontrolables.

En España,el turismo es una de las mayores riquezas, función de las crisis de los países del entorno y de las condiciones climáticas. El futuro está predeterminado por lo que algunos llaman el "IV Reich económico y financiero", que somete a países enteros, inclusos continentes, sin  intervención militar. 
Tu también eres víctima de esta coyuntura.


Te llegan rumores de cómo puedes contribuir a la riqueza que el  país produce en un año. 
Te ofrecen nuevas actividades manipuladas por "el club" para cosmetizar los datos estadísticos que conviene mostrar a terceros y así tú colaboras para mejorar los indicadores económicos. 

Para ello puedes 
desarrollar actividades ilegales (tráfico de drogas), ejercer la prostitución o favorecer la compra de armas (computa como inversión). Ocupaciones que han sido incorporadas  recientemente a las que miden la riqueza del país.

El fenómeno sistémico se convierte en una alarma silenciosa, sin destellos, para los que no quieren escuchar el clamor de los que excluidos por razones étnicas, políticas, culturales o de desigualdad.Tú perteneces a ese grupo.

Las diferencias se establecen mas allá de países y se instalan en continentes.

Piensas... ¿Qué puedes hacer?


Una patera, preparas una patera, la  jamás construida, de dimensiones descomunales -una gran patera-  con numerosa tripulación formada por desahuciados de varios continentes, con plazas ilimitadas, sin coste de pasaje para arribar a con seguridad a las costas próximas.


¿Será  el final o el principio de una  forma 
nueva de construir el mundo?



Javier Aragüés (Octubre 2014)




L

lunes, 13 de octubre de 2014

EL ADULTERIO Relato Libro 3

Teresa y yo parecíamos una pareja convencional, o al menos yo lo  pretendía. Nuestra relación era tan endeble, que para mantenerla debía transigir. Teresa no se inmutaba y continuaba con su vida. Yo sufría y, aunque me sentía humillado, persistía en la búsqueda de su amor. Solo aspiraba a sobrevivir a aquel idilio asimétrico.

Deseaba que alguna vez hubiera estado enamorada de mí. Pero la realidad era cruel. Si hubiera sido posible, la habría cautivado con mis estudiados silencios y ese tenue barniz de intelectual que impregnaba mis veinte años, de la mano de un efímero inconformismo. Todo era insuficiente. Si en algún momento tuve algún atractivo para ella, el tiempo se había encargado de difuminarlo. Me refugiaba en la lectura para sobrellevar una vida sentimental sin expectativas .

Con Teresa, me veía obligado a mostrarme prudente, incluso sumiso. Me obsesionaba con no perderla. Disimulaba mis defectos. Era egocéntrico y mi amor, en apariencia sin condiciones, era posesivo y enfermizo.

Teresa era una mujer tan firme, como atractiva. Añadía a su encanto, la capacidad de gestear con sus manos, coordinándolas con una mirada incisiva. Dominaba y convencía. Era una cualificada docente en un instituto de la ciudad. La intentaba halagar elogiando su capacidad y dedicación. Le decía en muchas ocasiones: “No suele coincidir en una profesora, que sea excelente pedagoga y solo viva para la enseñanza".
Teresa, sin mirarme, desaprobaba con un gesto insistente de negación, moviendo la cabeza a ambos lados. 

Ella nunca se definía ideológicamente, pero simpatizaba con  el pensamiento ácrata. Muy impulsiva, vital y de respuestas tajantes. Preparaba las clases exhaustivamente, para lograr intervenciones críticas por parte de los alumnos. 
Su frase preferida era: "Educar es conseguir que cada persona actúe con su propio criterio y tenga el derecho a equivocarse". 

La soledad me atormentaba. Pensaba que me era infiel. Sin controlar mi mente, aparecían repetidos flashes: ¿Cuándo y dónde se verían? No encontraba contestación. Prefería continuar sumergido en un mundo absurdo que conocer la verdad. 


Después comprendí que los encuentros eran posibles, sin necesidad de excusas. Eran docentes en el mismo instituto, acudían a las actividades que desarrollaba el centro educativo fuera del horario escolar. Visitaban exposiciones, asistían a conciertos y a los viajes de prácticas, que en  la mayoría de ocasiones se hacían en fin de semana. 

Para Teresa y para mí, los días transcurrían dentro de una normalidad caracterizada por una relación impostada. Una tarde de invierno estábamos en casa bien instalados, ella corregía trabajos de sus alumnos y yo leía a Paulo Coelho . Al releer un capítulo, encontré justificado preguntarle:

—  ¿Qué opinas del adulterio?
Tras unos segundos en silencio, me contestó, ostensiblemente molesta.

— Aunque sé que tu pregunta es otra, te voy a responder y así
quedará claro.






Comenzó a agitar sus manos como nunca la había visto. Sus largos dedos acompañaban cada afirmación y con la mirada conseguía inyectar con contundencia sus argumentos. Comenzó a hablar, después elevó el tono y terminó gritándome.

— A ver si lo entiendes. Si dos personas buscan la felicidad  
al margen de una tercera, provocan una situación que ya no escandaliza a nadie y se habla de engaño, o popularmente que "le ponen cuernos". Para las que se consideran víctimas, no hay justificación. Él o ella optan por rebelarse, pero si son débiles de carácter, terminan por claudicar. Buscan una explicación y si la encuentran no quieren entenderla. 

Se calló, parecía que tras la escena, daba el tema por zanjado. Hice un esfuerzo para sobreponerme. Me sorprendió 
la frialdad 
de la explicación. Muy irritado, le mostré mi carácter más agrio, la miré con ira y sentí miedo a su reacción, me atreví a preguntar: 

— ¿Desde cuándo os veis? 

— Desde que llegó al instituto. Nuestras miradas se cruzaban en las reuniones de profesores y quedábamos al salir de clase. Besos, caricias,..., era vivir un amor con la pasión que siempre había soñado. 

¿Quieres saber algo más? —se dirigió a mí, enfatizando y continuó. 

— Vivíamos el sexo y la infidelidad con mutua satisfacción.

Me tambaleó la respuesta. Necesitaba conocer el porqué del 
alejamiento a pesar del vértigo que me producía. Tras un breve silencio y con un hilo de voz le pregunté.

— ¿Te importa decirme, cómo se llama “el otro”?

Teresa contestó muy molesta.

— De nuevo tu ignorancia aparece en nuestra inexistente relación. Con esta pregunta vuelves a poner de manifiesto que desconoces a la persona con la que convives tantos años. 

Hizo una pausa, tomó aire y deseando concluir, me preguntó.

— ¿Conoces a la profesora de Historia? —sin darme tiempo a contestar, me dijo.

— No hay “otro”, ella es mi amante. 
         


Javier Aragüés (octubre 2014)