lunes, 9 de junio de 2014

CUENTO DE HADAS (cuento) Libro 3

En una ciudad de Finlandia vivían Reivaj y Aamu, una pareja  de avanzada edad que amaba a su país. Los dos eran melancólicos, silenciosos, honestos,... un poco como el paisaje que les rodeaba. Muy cumplidores con las costumbres y las reglas sociales porque estaban convencidos de que así eran ejemplo para sus vecinos y hacían posible a la convivencia.
Defendían la igualdad y huían de las apariencias, en una sociedad donde dominaba la seriedad y el respeto a los demás. Cumplían todas las normas. No se podía defender a un alcalde sospechoso de corrupción o que ocultara la verdad, y mucho menos que alardeara defraudar. Eran tales las exigencias que se imponían que más de un político había tenido que dimitir por robar simplemente una revista de un lugar público, puesto que la revista era propiedad de la comunidad. A esta manera de actuar, las personas que estaban al frente del país la llamaban practicar el buen gobierno, y en las ciudades y pueblo más pequeños, estaba presente en todas las acciones de sus habitantes. Si alguno actuaba en sentido contrario era castigado con severidad.

Desde hacía muchísimos años que las leyes eran muy estrictas y a la vez simples. Se basaban en unos principios básicos que eran pactados y respetados por todos. 
Si cambiaban un alcalde, el nuevo tenía que respetar igualmente la normas y por tanto las leyes que estaban dictadas para preservar los intereses de los vecinos. Entre las leyes que había que cumplir con máximo rigor destacaban la que perseguía la corrupción. junto con la defensa de la libertad de expresión. Se habían dictado en Finlandia a principios del siglo pasado, y garantizaba la protección frente a los cargos elegidos una buena información a los ciudadanos y defendía el acceso público a todos los documentos oficiales. En algunos países vecinos eran más antiguas, existían desde el siglo XVIII.

Las leyes que protegían los derechos de la mujer estaban muy arraigadas y los que las incumplían caían en el mayor desprecio social, además del consiguiente castigo. 

Todo indicaba  que la tradición legal a favor de las cosas claras era un factor fundamental en la lucha contra la corrupción y el conjunto de las leyes aseguraban los principios democráticos e impedían cualquier tipo de corruptela o vejación, y en caso contrario, el que cometía la falta debía someterse a un severo castigo. 

Decían que para los finlandeses la primera impresión que percibían de una persona era suficiente para 
confiar. Al mismo tiempo eran discretos y reservaban la opinión que se habían formado. Para la mayoría de los mediterráneos eran tímidos, incluso aburridos y vivían muy alejados de sus ideas y conductas. La situación geográfica y los estudios de la población explicaban en parte los rasgos más característicos de los hombres y mujeres fineses. Eran independientes y solidarios. Su carácter  peculiar se manifestaba incluso en el lenguaje. En la comunicación, no utilizaban los imperativos y se sustituían por giros indirectos: “Acaso podríamos venir..."   "Quizás es conveniente alejarse,..." 

Era un pueblo en los que hombres y mujeres estaban equiparados socialmente. Pero en la pareja de estos finlandeses, protagonistas de este cuento había cierto desequilibrio. La compañera de Reivaj, Aamu era muy tranquila, sensata razonable y sobre todo nada violenta. Decían que el hombre finlandés era de carácter fuerte, trabajador y concienzudo, pero en general, era más violento con sus parejas que el de cualquier país latino y algunas mujeres vivían con prevención y recelo ante una inesperada reacción de su compañero











Esta pareja tenía un sueño: jubilarse y vivir en el campo, a orillas del Mar Báltico. Para ello tendrían que trasladar su residencia a otro pueblecito al sur del país que se llamaba 
Porvoo. Era una de las poblaciones más antiguas de Finlandia, y podrían vivir en una casa, que los del lugar llamaban
 omakoitalo, a las afueras de la comunidad. 

A Aamu no le gustaba la idea de estar alejada del resto de los habitantes, le asustaba la soledad. Seguían haciendo planes. A los 68 años, él podía jubilarse y ella, al cumplir 60, tendría una pensión algo menor pero estaban decididos a trasladarse y así lo hicieron. Los dos tenían buena salud y si no pasaba nada extraño, podrían vivir unos cuantos años disfrutando en aquel pueblecito. La mayoría de los abuelos del país superaba los 85 años por lo que pensaban que les quedaban unos cuantos para descansar y disfrutar del ocio.

Se trasladaron según lo planeado. Duraste los primeros meses todo iba como habían imaginado. Pero Reivaj no se acostumbraba a pasar el tiempo en otra cosa que no fuera trabajar.  Los días pasaban y agravaban esta situación. La falta de actividad en Reivaj le provocaba irritabilidad unido a su carácter difícil y buscaba continuas evasiones poco saludables. Se refugiaba en la bebida tradicional, el vodka finlandés, y otros licores como la mesimarja y el lakka. No le importaba cuál de ellos, siempre que fuera fuerte y tuviera bastante alcohol. Cada día bebía más hasta el extremo que 
alteraba su comportamiento. La relación entre los dos se iba deteriorando, los reproches y los enfados eran continuos. Hasta que un día, durante un fuerte discusión y completamente borracho, Reivaj  pegó a Aamu. Al verla, no podía explicar su conducta pero era consciente que las normas de la convivencia eran muy severas. Fue condenado a prisión. Pero para él había un castigo añadido, la sociedad le había aislado y con su comportamiento se había alejado de su fiel compañera, ante la que se había derrumbado. Había perdido la dignidad y la imagen ante la comunidad y, lo que era más importante para él, la confianza y quizás el amor de su compañera.

Aamu estaba hundida pero quería restablecer la convivencia y no se le ocurría cómo. Le quería ayudar para que recuperara la dignidad que había perdido. No podía pensar en otra cosa. Un día vio a un grupo de mujeres que hablaban junto a una de las fuentes del pueblo, la escena le recordó lo que le habían contado en la escuela. Ella podría enfrentarse a la situación  que vivía, como lo habían hecho aquel grupo de mujeres, si lo hacía con decisión. Aquellas 
compatriotas suyas, en el siglo pasado estuvieron dispuestas a luchar para conquistar el derecho a votar y a ser elegidas. Ante esa situación, que no era fácil, perseveraron hasta conseguirlo. Desde entonces muchas de ellas habían ocupado cargos importantes en la sociedad y habían sido directoras de fábricas, médicos, abogados, jueces y habían llegado a ser alcaldes y diputadas, elegidas por los habitantes en cada pueblo. Desde la escuela enseñaban a las ciudadanas y a los ciudadanos — cualquier habitante aunque no viviera en una ciudad— a tener criterio para resolver situaciones extremas y a aprender a respetarse y a ser respetadas y respetados, para vivir con dignidad. 

Aamu se sintió identificada con esa capacidad de lucha y la aplicó para no perder a Reivaj. Iba a visitarle a la prisión hasta que cumplió la condena. Se propuso enseñarle a tratarla como mujer, a respetarse y a respetarla. 



Con el tiempo, Reivaj reconoció su terrible e injustificado comportamiento y tuvo que aprender a convivir de nuevo. Pudo reintegrase en la sociedad, con la ayuda de una mujer.



Javier Aragüés  (junio de 2014)

lunes, 2 de junio de 2014

ÉXTASIS Y AMOR (Cuento pagano) Libro 2

Aquella noche de Mayo de 1265, el monje Fray Domingo engullía desenfrenadamente la sopa, levantó la vista del plato miró a su alrededor, el refectorio estaba vacío. Solo mesas alineadas, enceradas con grasa y mugre, y acharoladas por el uso. Se levantó y salió precipitadamente, como hacía todas las noches a esa ahora.

Los dominicos de la congregación acudían con frecuencia al convento de las monjas más cercanas, justificaban la caminata, unos decían que se desplazan para evangelizar y otros, los más, buscaban el  placer prohibido. Asediaban sigilosamente a las más jóvenes en la puerta de la abadía. Cuando estaban cerca las hermanas vociferaban todos a una: "Hermanos,  hermanas tanteemos el gozo de nuestros cuerpos y almas, olvidemos los votos contraídos". Y pasaban a corear con voz acelerada:
"Rápidamente, intercambiemos los hábitos" 

Sin más dilación, ellos las desnudaban con su consentimiento e iniciaban un ritual perverso, a los ojos de las jerarquías religiosas, pero necesario, para alcanzar de una manera 
vehementemente la excitación y entregarse a falsos amores que terminaban por culminándolos.






El obispo de la diócesis tenía fama de muy devoto y las monjas del convento próximo, fieles y mojigatas, intrigaban para impedir el escándalo: "¡No podemos consentirlo!"

Pero no podían impedir que al mismo tiempo, monjas y dominicos libertinos, describieran a los feligreses prácticas eróticas con la finalidad de consumarlas. Con todo, el escándalo se extendía por el territorio. Los más impíos gritaban: "¡El cielo es indulgente. Todo está permitido! 
En los encuentros algunos rechazos de las religiosas implicadas congelaban las caricias de los monjes.


Los escándalos retumbaban por todo el territorio y llegaron a oídos del Papa. Ordenó cerrar las puertas del convento, impidiendo la entrada de los monjes. Los frailes no se conformaban y liderados por el más combativo, incitaron  a las monjas a la desobediencia. La abadesa respondió con la excomunión de algunas de las hermanas. La tensión iba en aumento hasta que, espontáneamente, estalló la rebelión. Los monjes se amotinaron.

Entre visitas y orgías, un dominico joven, culto, bien parecido, amante de la teología y dominador del latín entre otras lenguas  cristianas buscaba, sin disimulos, acercarse a una novicia, que siempre era la misma. En cada asalto a la abadía se emparejaban, simulaban en la bacanal y ocultaban los verdaderos sentimientos.

La  novicia —Sor María— había elegido una vida placentera en comunidad,  evitaba el matrimonio de conveniencia, aceptaba el enlace con Dios e incorporaba  sufrimientos humanos como propios. A cambio, desde que ingresó, la perseguían  rumores de noble privilegiada. Estaba marginada, buscaba la integración con el resto de las religiosas. Como amada, consentía el acoso iterado de las turbas irreverentes para poder seguir viendo a Fray Domingo y  esperaba un gesto evidente del joven predilecto.

Fray Domingo  —celoso—  reconocía en ella un ser lleno de armonía y hermosura. Sentía que la perdía y silenciaba sus sentimientos.  
                      
Una noche, representaban los papeles de una satánica pareja asignados en la desorganizada bacanal. Un fraile, áspero, sátiro, arrugado, retorcidamente sinuoso por sus reflexiones y vivencias, sugirió realizar intercambios de parejas.

Fray Domingo dejó de fingir. Se acercó a Sor María y la cogió de la mano. Miró desafiante al clérigo, le gritó:"Te equivocas, mi amada y yo, no seremos tu entretenimiento"

El curvado fraile refunfuñó dubitativo y molesto: "¡Jamás podréis gozar en una bacanal!"

Fray Domingo y la novicia, ignorándolo, abandonaron el convento". 


                           

                                       Javier Aragüés (junio de 2014)